El aterrizaje a Nestlé del multimillonario inversionista Dan Loeb es una buena ocasión para recordar cómo operan este tipo de compañías. Reduciéndolo a lo más básico, y para que todos nos entendamos, cuando adquieres un producto, por ejemplo un chocolate Cibeles, sabes más o menos a dónde se dirige tu dinero y a manos de quién va, y lo mismo ocurre con otras marcas, como Zahor. Aunque por desgracia eso es lo menos habitual y antes, con fábricas como La Herminia (en alimentación) o IKE (en textil, con camisas que eran famosas por su durabilidad) era más fácil saber en qué invertían nuestro dinero: en su producto.
Sin embargo, cuando adquirimos un artículo a una multinacional (Nestlé, Coca-Cola, Adidas, Reebok, y podría continuar casi hasta el infinito) nuestro dinero acaba en unos dividendos que se reparten multimillonarios inversores que, por lo general, se esconden tras firmas de inversión, y cuyo principal fin es repartirse los beneficios. La mayoría ni sienten la firma, y muchos de ellos ni siquiera saben qué fabrican, solamente les interesan los cheques que llegan a su nombre.
Siguiendo con el ejemplo de Nestlé, aunque vendan agua, dulces, y diferentes productos de alimentación, no te engañes: en cada país poseen una filial que se encarga de producir esa agua bajo su marca, de la misma manera que Coca-Cola no produce ella su famoso refresco, sino que solamente envía el ingrediente de su formulación para que cada filial lo mezcle. De ahí que una Coca-Cola española tenga una sabor diferente a otra comprada en California, o en Kenia, e incluso muchas veces poco tengan que ver unas con las otras, aparte del logo en su envase.
La globalización ha favorecido enormemente esta forma de actuar, de manera que para ofrecer un producto al mercado, ni siquiera es necesario que tu firma lo fabrique. No ocurre como antes que una marca fabricaba su producto y era responsable de él controlando desde sus factorías todo el proceso, hoy en día son gestores tras su despacho que no dudan en hacerse con las firmas según su poder bursátil y, cuando no interesan o no les dan los suficientes beneficios, compran acciones de otras y las anteriores las abandonan a su suerte, y con ello todos los empleados de las filiales o factorías con las que trabajaban. A veces ni siquiera hacen ningún producto: son solo marcas paraguas que se dedican a alquilar un popular logo para que otra compañía lo estampe en sus productos (esto ocurre mucho en el campo de la electrónica de consumo, y aquí hemos traído ejemplos con Telefunken o Thomson).
La principal diferencia es, por tanto, que cuando adquieres un producto de una compañía local o nacional, estás apoyando ese producto y a sus trabajadores. Cuando adquieres de una multinacional, lo que estás haciendo es engrosarle la cartera a multimillonarios sin escrúpulos que solo buscan los beneficios monetarios.
Te preguntarás por qué entonces hay tantas multinacionales, y tan pocas firmas locales y, la mayoría, han desaparecido. Es fácil de entender: el poder monetario de las multinacionales es tal que, cuando no pueden competir con la industria local, la adquieren y la aniquilan (hay muchos ejemplos de esto: cervezas el Águila Negra, Cristal de Bohemia, productos Familia...). Cuando no pueden hacerlo, no les duele en prenda tirar precios a la baja aún perdiendo (porque lo compensan por otro tipo de producto de su línea) dinero, con lo que consiguen que nadie pueda competir. Eso no es una alegría: cuando estén ellos solos, subirán el precio y bajará la calidad -hace poco lo hemos explicado aquí poniendo de ejemplo las cerillas, pero ha pasado también en la industria del cacao-, y al final el consumidor saldrá, a la larga, perdiendo. Estas son solo unas pocas de las tácticas de las multinacionales, entre las que se encuentra también el pacto de precios (hace pocos meses la UE puso multimillonarias multas a fabricantes de camiones por ello, y en las operadoras tenemos buenos ejemplos de esto), con el fin de quedarse sin competidores o, al menos, con sus competidores "amigos" que acaban ofreciendo lo mismo y el cliente se encuentra sin alternativas, al desaparecer la producción local.
Un cierto respiro y en cierto modo alivio nos viene de las marcas blancas, que a veces con productos de gran calidad logran absorver la producción de marcas locales, dándoles una oportunidad. Tal es el caso de Inoxcrom, o de LaCasa, pero la verdad es que la mayoría de ellas malviven, teniendo en cuenta que aniquilan en algunos casos a la marca matriz subiéndole artificialmente los productos (una técnica muy habitual en algunos supermercados: no es que el producto de su propia marca blanca sea más barato, es que ellos han subido artificialmente el producto de la marca matriz en el lineal para espantar a los clientes y así obligar al consumidor a que adquiera la marca blanca). Así se explica que, en ocasiones, la marca matriz se enfade y la marca blanca acabe rebotando entre proveedor y proveedor, de manera que un día te encuentras con que la misma marca te lo fabrica un productor, y tiempo después, otro.
Por desgracia, los grandes y multimillonarios grupos inversionistas tienen tal poder que esto no tiene síntomas de mejorar, más bien al contrario. Tal vez, como ocurrió con VALCA, en España tenemos lo que nos merecemos. Por eso el consumidor ha de estar alerta y no fiarse de las multinacionales, porque ellas solo tienen una cosa por la que les interesas: tu cartera.
| Redacción: GacetaIlustrada.blogspot.com
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