De pequeño siempre me parecía un momento especial, cuando acompañaba a mi madre a comprar a alguna de las tiendas del pueblo, el que acontecía al llegar la hora de pesar la mercancía (frutas, productos de charcutería, pescadería...) por la báscula. Me quedaba observando aquel "extraño artilugio" que era la báscula, y sería ese aparato el juez imparcial que diría el precio a pagar dependiendo del peso. Como si fuera el fallo de un magistrado, se producía un breve silencio mientras el tendero colocaba la mercancía en la báscula para pesarla. Y yo veía con expectación a la aguja moverse durante un breve espacio de tiempo, y casi como había surgido, el encantamiento se iba y el silencio se rompía al grito del vendedor (o vendedora): "¡trescientos cincuenta gramos!", o: "¡seiscientos gramos!".
Cómo había conseguido descifrar en tan corto tiempo el movimiento rápido y felino de la enorme aguja marcadora era para mí aún todo un misterio.
Luego empezarían a llegar las básculas digitales, mucho más modernas, exactas y eficientes y sin necesidad de control alguno de precisión. Con aquellos números digitales rojos brillantes como un árbol de navidad. Me causaban también asombro, porque ya sabéis mi debilidad hacia lo digital y, además, daban la sensación de formar parte del panel de instrumentos de alguna nave aeroespacial, pero habían perdido el encanto y la gracia del grácil movimiento de la aguja, del sonido mecánico al poner la mercancía sobre la bandeja, y del cortante y rotundo trasiego de muelles cuando el comerciante retiraba el producto ya pesado de la báscula de manera rápida, como el sonido del martillo de un juez al dictar sentencia.
Las básculas de antaño tienen ese aire a reloj mecánico, a instrumento que, como esos mismos relojes, no dependía de corriente eléctrica ni de nada externo para funcionar. Solo engrase y ajuste de cuando en cuando.
Como las mismas bicicletas, por desgracia cada vez siendo más marginadas por las eléctricas a batería, o por las que necesitan componentes hidráulicos o/y electrónicos.
Todo eso forma parte de un tiempo y un mundo que cada vez pertenece más a nuestra memoria y a nuestra historia, y menos a nuestra realidad.
Es obvio que las básculas integradas con el Terminal Punto de Venta, en donde ya se obtiene el ticket de compra junto con el pesaje exacto e incluso la denominación del producto, ofrecen mil ventajas (principalmente la comodidad), de la misma manera que los smartwatches, que actúan como ordenadores en miniatura, ofrecen en nuestra muñeca funciones y utilidades hasta hace poco impensables para un reloj.
Pero se ha perdido buena parte de su encanto.
Yo, como tantos de vosotros, estoy un poco en medio de todo ello. Ni pertenezco enteramente al mundo analógico (nací ya cuando estaba en su declive) ni al "smart" (a ese le corresponden ya las nuevas generaciones). Estamos un poco en medio de todo, como los mismos ana-digi, entre lo analógico y lo digital. Quizá por eso entendemos tan bien y amamos ambas corrientes.
Básculas Roch
Uno de los nombres más característicos en cuanto a básculas mecánicas, y que seguramente recordaréis de verlas en muchas tiendas, es el del fabricante Roch. Esta marca tuvo su punto álgido antes de la masificación de las básculas digitales, y eran muy habituales en las pequeñas y medianas tiendas de villas, pueblos y ciudades hasta bien entrados los años ochenta.
Roch se fundó en la localidad barcelonesa de Hospitalet de Llobregat, es por lo tanto una marca española de aquellos tiempos en donde España era una potencia y un referente en tecnología mecánica (nunca fuimos como los suizos, pero tampoco teníamos mucho que envidiarles). Su gran precisión y su facilidad de uso pronto fueron apreciadas por los profesionales del comercio, además de porque contaban con un diseño muy logrado, lejos de la moda actual de esos "odiosos" fondos negros, con una aguja de estilo gótico enorme que se desplazaba por una escala numerada con dígitos también de generosas dimensiones.
La casa Roch ha desaparecido (al menos que yo sepa), ahora en su domicilio social en Hospitalet hay un supermercado "Bonarea", y pocos recuerdan ya aquellos tiempos en donde su presencia encima de los mostradores de las tiendas era casi obligada y generalizada.
Sobre esta marca hay muy poca información en Internet. Con sede social en Hospitalet, de Barcelona, tuvo bastante auge tras la guerra civil, a finales de los años treinta y cuarenta. Al principio simplemente aparecía la marca Roch, para luego, en los años cincuenta (o finales de los cuarenta, hay anuncios de los años cuarenta donde todavía no aparece ese texto), comenzar a añadirse el texto "Hijo de Roque Roch". Obviamente -y seguramente- debido a la muerte del fundador tras el que tomó el control de la compañía su hijo y con el que sin duda Roch vivió su máxima expansión y éxito.
No obstante el bonito, clásico e industrial logotipo apenas vería variación con el tiempo, prácticamente se mantuvo inalterable incluso en su color más carismático y conocido, un rojo oscuro muy atractivo.
En septiembre de 1960 se le concedió licencia a la marca Hijo de Roque Roch "para levantar y colocar precintos en las balanzas y básculas marca Roch y Roch-Ok en todo el territorio nacional", en un anuncio que aparece publicado en el BOE número 218 y que aún puede consultarse online. Es por lo tanto lógico pensar que el cambio de denominación de la empresa ocurriría en los años cincuenta, puesto que también en los sesenta, en 1962 en concreto, una esquela publicada en el diario ABC en noviembre de ese año anuncia el fallecimiento de un tal señor Don Manuel Plasencia Aguilera, "gerente de la empresa Hijo de Roque Roch" de su sucursal en Madrid, por lo que se comprueba la expansión que por aquel entonces vivía la marca, con sedes, al menos, en Madrid y Barcelona. A esto hay que añadir que un anuncio publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de León con fecha 21 de noviembre de 1953 describía el valor de "una báscula de fuerza veinte kilos, tipo C, número 15139, marca de Hijo de Roque Roch, Barcelona, valorada en cuatrocientas cincuenta pesetas".
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Gracias a todo esto podemos saber que el sucesor de Roque Roch fue su hijo don Pedro Roch Enrich, en esas fechas la firma estaba domiciliada en la calle Santa Eulalia, números 99, 101 y 105 de Hospitalet de Llobregat (Barcelona). Como tantas otras industrias de la época, la tierra catalana fue un semillero de la potencia industrial y pujanza de este tipo de empresarios y emprendedores, que se lanzaban con tesón en un mercado muy difícil y complejo como era el español de la época.
La licencia concedida a Pedro Roch era importante, puesto que debido a la capital importancia de mantener un control de peso exacto (y, con ello, evitar que se cometiese fraude en las ventas de mercancías y alimentos), todos estos instrumentos de precisión disponían de precintos que no podían alterarse -con el fin de que nadie los manipulase-, y que solo podían levantar para trabajar en las básculas personal expresamente autorizado por la Dirección General de Industria (que era quienes tenían competencias en materia de control del pesaje).
La licencia era concedida por cinco años, e ignoro qué ocurriría después. No obstante a partir de los setenta comenzaría el declive de este tipo de balanzas mecánicas, debido al auge ya comentado de los más exactos medios electrónicos.
Por cierto que aunque Roch estaba especializada y era mas conocida en básculas, también llegó a fabricar máquinas registradoras, que sin duda facilitaron mucho la vida a un buen número de tenderos de la época.
Es una lástima que este tipo de marcas no supiesen leer los tiempos y hacer el cambio del mundo analógico al digital, aunque también es cierto que dudo que hubiesen pervivido demasiado tiempo más ante la vorágine y competitividad de las marcas asiáticas que inundarían el mercado años después. Ahí tenemos de ejemplo a firmas como Olivetti, sin ir más lejos, que sí supo hacer la transición y sin embargo acabó sucumbiendo a pesar de que todos sus productos -tanto mecánicos, analógicos, como tecnológicos- ofrecían una calidad asombrosa y estaban muy por encima de la competencia.
| Redacción: Bianamaran
Fíjate que mi recuerdo era la obsesión por aquellas básculas digitales que empezaban a aparecer, sobre todo las escasas con números verdes. La mayoría eran rojas. De hecho, me encantanban las tiendas con los nuevos modelos.
ResponderEliminarLuego incorporarían también impresora de tickets, y empezarían a extenderse, quedando las mecánicas en el olvido.
Igual recuerdo las cajas registradoras, mis preferidas eran las Casio de números verdes.
Lo siguiente que recuerdo, eran los primeros lectores laser de código de barras.
Y después de todo ello, volví a admirar las básculas analógicas, y las cajas registradoras mecánicas.
Qué tiempos, todavía me acuerdo de las basculas romanas y de las de platillos con sus correspondientes pesas, recuerdo de pequeño como le vendían a mí madre la fruta y la verdura del mercado con las diferentes pesas que normalmente eran unas 6-8, me gustaba cada vez que iban cambiándolas los diferentes pesos en función de la cantidad que querías de verduras hasta que se quedaban los platos en un perfecto equilibrio, era algo hipnótico, después vinieron las basculas analógicas seguidas por las digitales de las siempre se decía cuando salieron que estaban trucadas ja ja ja
ResponderEliminarRecuerdo también la devolución de los envases de vidrio en los bares y pequeños supermercados, en algunas ocasiones había un espacio llenos de vidrios, yo me buscaba las chapas de las Mirindas que tenían dibujos en los tapones, sin embargo el cambio que más revoluciono el comercio fueron los Tetra Brik y las latas, junto con las basculas electrónicas y el código de barras que creo que fue entre finales de los 70´ o principios de los 80`, no lo recuerdo bien, pero supuso toda una revolución al ser ya las cajas de pago todas electrónicas, desde entonces apenas han habido mejoras sustanciales.
¡Es verdad! No recordaba lo de los envases retornables. Una genial idea que debería rescatarse.
ResponderEliminarLos envases retornables no se va a volver a producir porque entonces los consorcios de reciclaje se quedarían sin sus tajadas.
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