Una de las preocupaciones con los relojes mecánicos que siempre me han traido dolores de cabeza es su limpieza. Sobre su ajuste bueno, más o menos puede hacerlo uno mismo (y con los reguladores actuales podemos verificarlo bastante cómodamente), pero su limpieza es diferente.
Dado que cada vez hay menos buenos profesionales de la relojería (y además cada vez escasean más los relojeros, este oficio está en clara recesión), y como me fío muy poco de los que quedan (ya he contado alguna que otra experiencia que no me gustaría repetir con un reloj que valoro), la opción de poder hacerle la limpieza uno solo a su reloj cada vez cobra más sentido.
Por supuesto, no estoy hablando de los complejos movimientos actuales que requieren una serie de aceites y cuidados bastante complejos. Se supone que quien tiene el poder económico para adquirir un reloj así, tiene también -y le compensa- el suficiente poder adquisitivo como para buscar el mejor relojero que pueda encontrar o, en su caso, llevarlo al SAT y que en él le hagan el mantenimiento cada cierto tiempo (generalmente los relojes mecánicos hay que engrasarlos cada dos años) y el ajuste, aunque por ello tenga que desembolsar 200 o 300 €. No. A lo que me estoy refiriendo es a esos viejos pero robustos y probados movimientos de relojes hechos para maltratarlos. Ya quedan pocos fabricantes (y cada vez quedarán menos...), estamos hablando de Vostok, HMT, Slava y similares.
Así que en mi búsqueda de cómo poder mantener sano y aceitado un reloj de este estilo, mira qué casualidad hoy me encontré con una probable respuesta. Y viene del sitio más inesperado.
Resulta que a principios del siglo pasado, en torno al año 1900, los fabricantes de tabaco ponían un cartón dentro de las cajas para la protección de los cigarros. Algunos de ellos (como ocurría también en las antiguas tabletas de chocolate de mediados del siglo pasado, donde incorporaban un cartón o lámina con algún dibujo, por ejemplo, animales para coleccionar) tuvieron la idea de aprovechar ese cartón para poner algún consejo. Hoy pondrían publicidad (¡cómo no!), pero por aquellos tiempos las empresas intentaban aportar un extra, y los fabricantes lo hacían poniendo pequeños pero útiles trucos que nos podían sacar de más de algún apuro.
Claro que consejos como éste, repito, funcionan para aquellos relojes de principios de siglo, aquellos movimientos como los Roskopf, tan sumamente robustos y que casi ya ni existen -en su misma filosofía- en el mercado. Y el consejo o truco número 41 de aquella colección era la limpieza de un reloj. Allí decían que se podía realizar esta limpieza y, en parte, aceitado, poniendo una torunda de algodón hidrófilo -el "normal", que se puede encontrar en todas las farmacias- empapada de aceite en la parte baja de la caja. El aceite se iría evaporando y sus vapores no solo aceitearían las partes móviles del reloj, sino que las partículas de polvo se soltarían y caerían sobre el fondo de la caja, dejando el mecanismo "bastante limpio".
Dado que para engrasar un reloj se necesita muy poca cantidad de aceite (casi microscópica, y en puntos muy precisos), tiene su lógica que este procedimiento aporte a las piezas móviles esa capa de aceite que necesitan y, al ser en forma de vapor, no corremos el riesgo de pasarnos. Por supuesto olvídate de utilizar aquí tipos de aceites varios o despiece, pero bueno, esa complicación que nos evitamos, y aunque siempre sea mejor -y también más peligroso, evidentemente- despiezar el reloj y limpiarlo y aceitarlo parte por parte y pieza a pieza, esa labor no deja de ser tediosa, cara, lenta y engorrosa. Al fin y al cabo los movimientos de estos relojes estaban hechos y pensados para durar muchísimos años, y los rubíes tienen esa capacidad de aguantar la fricción y no requieren tanto mantenimiento como el resto de piezas móviles.
He de decir que no me he olvidado de un pequeño pero importante detalle: "el truco" está redactado, como veis, para un reloj de pared o de mesa. Es cierto, en 1900 los relojes de pulsera aún no se habían popularizado. Pero pienso que si sirve para ese tipo de relojes, tal vez quitándole el movimiento a nuestro mecánico de pulsera y dejándolo en un recipiente cerrado y colgado o suspendido (con un hilo, un alambre o algo similar), y poniendo el algodón empapado en aceite en el fondo, puede que cumpla la misma función. Es verdad que el mecanismo de un reloj de pulsera es mucho más compacto, pero también opino que para el reloj le vendrá bien este mantenimiento, aunque sea mínimo, antes que no darle ninguno.
Nota: Si tienes curiosidad, el resto de la colección de trucos de estas cajas de tabaco la tienes en el New York Public Library.
| Redacción: Bianamaran.blogspot.com
Impresionante artículo. No se dónde habrás encontrado la imagencita del cartón, y toda su historia, pero lo he disfrutado muchísimo.
ResponderEliminarEso si, no lo hagáis con relojes recientes. O sea de los años 70 para acá. Sería como si a un Golf GTI, le pusieras el lubricante que llevaban los coches en 1900, le haría más daño que bien.