11.12.16

Yo soy una estrella del rock


Un relato de Bia Namaran.


Pasé por el pequeño parque y lo vi. Un señor de mediana edad, temblando, sentado en un banco de madera medio podrida, con la mirada perdida. Pasaba desapercibido para todo el mundo, no parecía existir para nadie. En su mirada estaba escrita la desesperación, y lo sabía muy bien porque yo había experimentado bastantes veces esa misma sensación en carne propia. Me acerqué y le pregunté qué le ocurría, mientras me sentaba a su lado. Me miró contrariado: que un extraño se interesase por él era algo nuevo. Le conté que yo había pasado muy malos momentos también, y al cuarto de hora de conversar, ya me estaba contando su tragedia: había tenido que hipotecar su casa para pagar una operación quirúrgica de su hijo, y ahora había perdido a su hijo y estaba a punto de quedarse sin casa.

No le pregunté si había acudido a los servicios sociales, o si alguien en su familia podía echarle una mano. Si estaba en esa situación era probablemente porque hasta ese punto ya lo había intentado todo. No era necesario preguntarle esas cosas. Además, yo no soy periodista.




Lo que sí le pregunté fue:
- ¿De cuánto es la hipoteca?
- Ciento setenta y ocho mil euros.

Resoplé:
- ¿Qué se compró? ¿Una mansión?

- Sí -suspiró-, yo también lo pensé... Pero era nuestro sueño, el de mi hijo y el mío: tener una casa propia para poder cultivar el terreno, meter nuestros trastos...

Me puse en pie:
- Espere aquí, yo le ayudaré.

Se quedó estupefacto, preguntándose tal vez cómo una persona que acababa de aparecer de la nada iba a poder ayudarle.

Entré en la sucursal del Elitebank y esperé pacientemente a la cola. Era una pequeña sucursal de barrio, con una parte en reparación porque estaban actualizando la identidad corporativa a la nueva imagen de marca. Saqué mi tarjeta de crédito, y miré sus brillos mate y plateados al contraste de la luz del local: "Elitebank Premium Titanium", ponía en letras metalizadas.

Cuando llegó mi turno, se la extendí a la cajera:
- Quería que me hicieran un reintegro de doscientos mil euros, por favor.

La cajera miró la tarjeta, frunció el ceño como si no hubiese oído bien lo que claramente yo le había pedido:
- ¿Perdón?

- Quería sacar doscientos mil euros de mi cuenta bancaria. -Dije, recalcando las palabras. Los otros clientes miraron hacia mí, sorprendidos. Otro empleado, a distancia, sonrió hacia la cajera como diciéndole que yo estaba loco o bromeando. La cajera me dijo, mirándome fijamente:

- Déjeme su documento de identidad, por favor.

Resoplé, fingiendo empezar a hartarme, pero me divertía la situación. Le extendí mi documento, y volvió a consultar su ordenador. La chica tras el mostrador musitó, sin dejar de mirar el ordenador:
- No tiene crédito...

Su compañero a poca distancia de ella casi se ríe a carcajadas, mientras que la señora a la que éste estaba atendiendo no pudo evitar una risita. Yo sí que no fingí sorpresa esta vez:
- ¿¡Cómo!?


- Bueno... - Me dijo la cajera-, pone que tiene crédito... Pero esto... Pone que tiene un saldo... Ilimitado... -Levantó la cabeza, mirándome con los ojos muy abiertos-. Pero debe tratarse de un error, eso no puede ser... -Se levantó, sin esperar mi respuesta, y se fue hacia los despachos, situados tras ella. Una señora, joven pero algo más mayor que la chica que me atendía, se acercó al ordenador. Musitaron unas palabras entre ellas, y la directora de la sucursal me preguntó:
- ¿Cuánto quería sacar?

- Ya lo he dicho: doscientos mil euros.

- ¿En metálico?

- Joder... No, en calderilla... -Casi se me escapó una risa, lo cual evité.

La directora consultó el ordenador de nuevo:
- Es que... -Entonces, vio que en la pantalla le salía un aviso-. ¡Bufff!... -La escuché musitar. Volvió a mirarme:
- Es que no tenemos esa cantidad aquí en metálico...

Saqué mi móvil del bolsillo:
- ¿Quiere que llame para que se la traigan?

Pero fue ella la que cogió el teléfono:
- Espere un momento...

Cuando al otro lado descolgaron, la escuché decir:
- Hola, soy Cristina, de la sucursal mil ciento veinte y tres... Tenemos aquí a un señor con una tarjeta muy extraña, pone "crédito ilimitado", es una Titanium Premium... Sí, yo nunca la había visto, ¿existe esta línea de productos?

La cajera miraba hacia su directora, expectante, mientras la cola de gente tras de mí iba en aumento. Decidí marcar un número en mi smartphone:
- Oye, ¿esta Astrid? Soy Phonix, pasame con ella por favor... Da igual que esté reunida, dile que es importante, anda.


Escuché al poco una firme y femenina voz tras el auricular:
- Dime. Rápido.
- Creía que todos en tus entidades bancarias deberían conocer tus tarjetas Titanium...
- Si te has ido al quinto pino fijo que no, ¿dónde estás?
- ¿Eso quiere decir que solo funciona en bancos de Marsella o Mónaco? -Bromeé-. En una sucursal de un barrio obrero, en Málaga....
- ¿España?
- Sí.
- ¿Y qué haces en España?

Me eché a reír:
- Trabajando, cielo...
Al verme reír, la chica que atendía el mostrador musitó, mirándome inquisitivamente:
- Como esto sea una broma...
- Ve a otro banco... - Me recomendó Astrid.
- No puedo, esto corre prisa, y yo tengo que tomar un avión en poco más de una hora. Te paso a la directora, arréglalo tú, anda.
- Vale. Deprisa que estoy reunida.

Miré hacia la directora:
- Señora... -Ella seguía hablando por teléfono y no me hacía ni puñetero caso. Elevé el tono de voz-: ¡Señora!

La directora me miró seria:
- ¡Estoy hablando con el director de zona, espere!

Sonreí:
- ¿El "director de zona"? Creo que no querrá hacer esperar a Astrid Sjoberg, ¿verdad?

Cogió mi móvil apática y desconfiadamente:
- ¿Dígame?

Pude oír, aunque no entender, la firme voz de Astrid al otro lado de la línea. La directora solamente decía: "sí", "claro...", "vale...", "muy bien".

Me pasó el móvil, mientras le decía asombrada a su empleada:
- ¡Era Astrid!

El otro empleado, el cajero de al lado, fingió como si no hubiese oído nada y se centró en atender a su fila de gente. Yo salí de frente el mostrador y caminé hacia la zona de espera, llevando mi móvil a mi oído mientras la directora tecleaba rápidamente en su terminal. Astrid me explicó:
- No tienen el dinero... A saber a dónde habrás ido. Te lo van a llevar.

- Deberías actualizar la información de vuestros productos financieros a vuestros empleados.

- ¡No me digas cómo he de hacer mi trabajo! Una de las protecciones de seguridad de las tarjetas Titanium Premium es precisamente que pocos conozcan su existencia.

- Me importa un bledo quienes la conozcan o no. Pero de nada sirve una tarjeta con crédito ilimitado si no puedes hacer uso de ese "crédito ilimitado".

- ¡Vete a hacer puñetas!

Me eché a reír:
- ¡Yo también te quiero!

Me cortó la comunicación sin más. La directora de la sucursal se acercó entonces a mí:
- Sígame, le atenderé en mi despacho personalmente.

Me senté en una de las sillas de la sala:
- No, gracias, deme mi dinero y me largo.

- En un momento se lo traen.


No pasaron ni diez minutos, cuando un furgón blindado aparcó a la entrada del banco. Dos guardas de seguridad de la compañía NACOP llegaron con una bolsa rígida. La directora se fue hacia ellos, y me pidió firmar unos papeles. Cogí luego la bolsa y salí de allí a paso rápido. Me fui hacia el parque pensando en qué le diría al anciano. Algo así como: "¿doscientos mil euros serán suficientes para arreglar su situación?". Pero en cuanto llegué al banco, lo encontré vacío. Lancé un improperio:
- ¡Joder! ¡Mierda!

No había esperado ni media hora. Probablemente, no se creyese que le ayudaría ni esperaría que hubiese personas así. Una falta absoluta de fe.

Me dirigí a mi MM y lancé el dinero a los pies del asiento del copiloto. Conduje durante varios minutos por el entorno de los edificios cercanos, mirando alrededor para intentar dar con él. No lo vi. La alarma de mi Electrada digital crepitó, advirtiéndome de que debía dirigirme al aeropuerto. Me di por vencido, suspiré, y pisé el acelerador hacia la autopista.

- ¡Phonix! -Me dije- ¡Te has quedado sin tu buena obra del día!

Entonces, en el semáforo de la autopista un señor canoso y con tejanos raídos vendía pañuelos y limpiaba parabrisas a cambio de algunas monedas. Abrí la ventanilla, diciéndole:
- ¡Eh, te pago para que no me lo limpies! ¡Para que no lo toques!
- ¡Vale, vale! -Me dijo, caminando hacia mí.

Alargué mi brazo y cogí la bolsa con los doscientos mil euros:
- ¡Repártelos! ¡¡No los malgastes!!


Se quedó petrificado. Por el retrovisor vi como daba saltos de alegría al abrir el petate. Subí la ventanilla automática, y puse mi última canción a tope en el reproductor de música. Una melodía dedicada a la Virgen de la Victoria:

Sin rencores busco tu corazón,
¡he dejado todo atrás!

Mis cadenas, mi pasado y mi ambición,
¡solo busco a quien amar!

Y vago por el mundo
Virgen de la Victoria,
libre para volar,
para poder soñar,
y a quien quiera escuchar,
le contaré esta es mi historia.

Y vago por el mundo
sin miedo de perderme
al no tener ni un rumbo
no hay riesgo de caerme
cualquier sitio es mi sitio
y así puede acogerme...

Solo escribo
letras con mi pasión,

a sangre vivo
minuto a minuto sin dilación.

Y vago por el mundo
Virgen de la Victoria,
libre para volar,
para poder soñar,
y a quien quiera escuchar,
le contaré esta es mi historia.

Y vago por el mundo
sin miedo de perderme
al no tener ni un rumbo
no hay riesgo de caerme
cualquier sitio es mi sitio
y así puede acogerme...
| Redacción: © Bia Namaran

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