13.6.19

La vida de Bryan


"Servir y proteger 3" se quedó, como bien sabéis -y a saber hasta cuándo- en el tintero. De momento no lo publicaré, no por nada, pero tanto "Para servir y proteger 1" como "Para servir y proteger 2" tienen aún mucho camino que recorrer. No me gusta lanzar relatos ni libros "porque sí", me gusta reposarlos, ver si de verdad tiene sentido publicarlos, ver si expresa lo que yo perseguía en ellos. Cuando lanzas un libro y lo publicas, o lo difundes, ya no eres dueño de él, y ya no hay vuelta atrás (en muchos casos). Así que esa decisión, en ocasiones, me gusta recapacitarla bastante. Y con "Para servir y proteger" llevo haciéndolo muchos meses ya.

En mi opinión, la tercera entrega era lo mejor de la saga. Ya la primera fue una auténtica explosión de adrenalina, curiosamente algo con lo que no solía experimentar, y en la segunda reconozco que llegué a pasarme "tres pueblos". En esta tercera todo es más equilibrado: nuestro detective Jethro vuelve a ser Jethro, y O'hara se posiciona y se fortalece en su papel de secundaria cuasi imprescindible.

Como es habitual, los títulos del tercer volumen iban a llevar cuatro relatos cortos, que en este caso tendrían por título:

1.- Mala sangre.
2.- La vida de Bryan.
3.- Escorpiones en la habitación.
4.- Más allá de la muerte.

Como no tendría sentido cerrar este post sin más, solo porque me apetecía hacerlo y está, y tampoco iba a dejar así a quienes me visitasen, aquí os dejo con un trozo de, para mí, uno de los más divertidos: "La vida de Bryan".




Un relato de Bia Namaran.




La vida de Bryan
© Bia Namaran

Harlem todos lo conocéis: queda al lado de Manhattan, y sus calles han sido inmortalizadas en multitud de películas. Cerca de allí queda la catedral Sant John, la Columbia University, el NYC Healt Hospital, Riverton Square, la famosa 116 Street, y el aún más famoso bulevar Malcolm X. Junto al River Park, en el puente que lleva a Mott Haven, tenían la extraña costumbre de reunirse a altas horas de la madrugada los "niños pijos" las familias más ricas de la ciudad. Nueva York nunca duerme, es cierto, pero las calles están más libres y despejadas a las cuatro de la madrugada, que a las dos del mediodía. Ya me entendéis.

Nosotros, como detectives, no íbamos a estar persiguiendo jovenzuelos por ahí, esa era una tarea más propia de las patrullas del NYPD que rondaban constantemente por la ciudad. Pero sí que teníamos que hacernos cargo de revisar y supervisar a los detenidos, especialmente a los más sospechosos, cosa que podíamos hacer en la central, pero no os podéis imaginar el caos que existe en una central de policía de Nueva York. Si podíamos adelantar cosas "in situ", mucho mejor.

Así que cuando llegamos, algunos de los automóviles participantes ya estaban siendo recogidos por la grúa. Empecé a ver modelos muy potentes y "sabrosos", incluso algunos europeos de alta gama, pero mis ojos enseguida se fueron detrás de un Corvette Stingray, y comencé a babear con la posibilidad de que acabase en el depósito municipal. Sé que vais a pensar que estoy "flipando", pero no os imagináis los asombrosos automóviles que acaban allí, algunos porque sus dueños no pueden pagar las deudas adquiridas o porque, simplemente, los han abandonado a su suerte y han huido, caducando los derechos que tenían para su recuperación.

Por supuesto, esos modelos tan "golosos" eran muy perseguidos, y no solo por el Cuerpo de policía, sino también por "los mandamases". Lógicamente no podíamos usarlo como nuestro coche particular, pero cuando te pasas casi todo el día (y otras veces casi toda la noche) dentro de un coche, es casi como si fuera tuyo. Y por eso precisamente se agradece un coche cómodo. Y eso me lleva a que ni mi recién y entrado en carnes "compañero" iba a caber en un Corvette (al menos no holgadamente), ni a O'hara le iba a hacer mucha ilusión, no por su estética (claro que le gustaría verse dentro de uno de ellos), sino que, con la potencia de su motor, pondría el grito en el cielo cada vez que acelerase. Si ya lo hacía con el Cadillac...

Pero basta de soñar. Nos acercamos a unos oficiales que estaban esposando a un chico demasiado joven como para conducir y demasiado rico como para resistirse a hacerlo, y uno de ellos aceleró su paso hacia mi ventanilla, indicándome con su brazo estirado:

- ¡Están siguiendo a otro! - Evidentemente no tuvo que repetírmelo dos veces. Pisé a fondo y a Bryan casi se le despega "el peluquín" (bueno, era su propio pelo) que llevaba siempre "pegado" a su calvicie.

- ¡Para otra vez avisa, hombre! - Me increpó, sujetándose con el brazo estirado hacia la guantera.

Aceleré a fondo todo lo que el Cadillac daba de sí, y más. Eso era lo mejor - al menos para mí - de ser policía: pisar a fondo, abrir el tráfico a tu paso, sentir la libertad sin semáforos ni retenciones... Por la radio nos informaron que el coche fugado iba por Willis Ave, ya habían cruzado el puente de la famosa tercera avenida. Bryan no paraba de protestar: "¡Para, que voy a potar!". "¡Frena, que vas a chocar!". "¡Aminora, que nos vas a matar!". Frené, y le coloqué el trasero por cerebro. Casi le hago empotrarse contra el parabrisas, y si no hubiera tenido el cinturón de seguridad bien ceñido, lo habría hecho. Le grité, abriéndole la puerta:

- ¡Sal!

- ¿Cómo?

- ¡Sal! ¡Sal! ¡Sal! - Salió, y creo que me dijo un "¿gracias?" por dejarle libre. No puedo asegurarlo. Reemprendí la marcha a toda pastilla. Prefería los gritos de O'hara, al menos eran más dulces, más melosos, más... Nada, mejor no pensar en eso. En cualquier caso, tampoco podía olvidar que también a O'hara le hice salir del coche..., bueno, en realidad la arrojé a patadas de él [_ver "Para servir y proteger 1"_]. Eso hizo aflorar en mi rostro una sonrisa, que se convirtió en risa al darme cuenta que por fin estaba conduciendo solo. ¡Uhau! Era increíble. Y ahora, "a por los malos".

| Redacción: © Bia Namaran

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