4.1.17

Nunca abandones. Capítulo 2




Un relato de Bia Namaran.


Sí, a mí me pareció tonto. Pero en aquel instante no llegué ni a sospechar lo mucho que "el mudo" influenciaría en mi vida. Tras su mirada serena y triste, tras sus ropas desgarradas por el uso, ni siquiera se podía percibir lo que encerraba en su interior. Hasta que le conocí nunca había oído una palabra que pasaría a convertirse en inseparable ya de mi vida, en parte de mi vocabulario común: Hung-Gar.

No tardamos mucho, Vicky y yo, en llegar hasta él. Algunas monedas seguían aún desperdigadas por el suelo, pero "el mudo" ni las miraba, solo había extendido su mano como un cuenco y refugio de nuevas limosnas.




Mi amiga le sonrió y, como quien trata con un niño, le pasó la mano por sus cabellos, agachándose a su altura.

Capítulo 2

El lujo de la prostituta desentonaba con la miseria del hombre. Sin embarga ella no se sentía mal, y Saphir tampoco: otro "animal" de calle conocería su primer día de libertad. No, no podía decirse que la marginación estaba en peligro de extinción. De ninguna manera.
- ¿Qué? ¿Cómo te va, "mudo"?

El hombre ni la miró, bajo su grueso abrigo podía notarse una respiración relajada.

- Cualquier día te dejarán sin ropa ante tus propias narices. - Dijo de nuevo Vicky, al ver que sus palabras anteriores no habían tenido efecto alguno en el hombre de cara delgada, pelo profundamente negro y algo largo.

De repente, "el mudo" trasladó su mirada hacia Saphir. Ésta casi se asustó por el repentino movimiento en medio de tanta parsimonia. Cuando volvió a mirarlo de nuevo, tenía los ojos al frente. Vicky comprendió:
- ¿Ella? Acaba de salir de la trena, es una amiga. - Vicky, probablemente cansada de tanto silencio, se incorporó de nuevo y comenzó a caminar, diciendo -: Vámonos, Saphir, este tío no tiene nada que decir y tú debes concienciarte para lo de esta noche con Dandy...

Vicky se alejaba presurosa, pero antes de que Saphir comenzara a caminar, se oyó una voz a su lado:
- Mejor... Ni te acerques a Dandy.

A pesar de la impresión, Saphir le dijo al "mudo":
- Lo hago por amistad.

El mendigo hizo un gesto de desaprobación, mientras la asustada Saphir se unía a su amiga, que seguía caminando hacia un semáforo cercano en el que mucha gente esperaba se tornase a verde.

"El mudo" se levantó, estirando con parsimonia sus músculos. Miró hacia las dos chicas que, ya lejos, hablaban entre ellas. Probablemente le estaba diciendo la rubia Saphir a su amiga que "el mudo" en realidad hablaba, y ésta le respondería que solo era un desafortunado, incluso más que ellas. Hablase o no.

Pero "el mudo", cuyo nombre real era Kená, había sentido curiosidad por saber qué llevaba a aquella chica a tener que doblegarse ante las órdenes de Dandy. Y como no tenía otra cosa que hacer en todo el día, le interesaba averiguarlo. Algo pasaba. Lo había visto en el rostro, en los ojos de desesperación de la chica. En cortitos pasos se acercó a ellas en la distancia justa para intentar seguirlas. El semáforo dejó el asfalto libre, a la vez que el metálico sonido de la advertencia para invidentes repiqueteaba en el aire. Entonces las dos amigas, sin cesar de conversar entre ellas, comenzaron a caminar entre la informe masa de gente, y Kená se dispuso a realizar un sutil seguimiento.


Capítulo 3

La mochila cayó al suelo. Saphir sentía el hombro dolorido de llevarla consigo durante tantas horas. Eran las tres y media de la tarde, el parque ya estaba casi solitario: la gente o regresaba de su trabajo, o estaba almorzando. Vicky se acercó al banco, donde su amiga la esperaba, con un bocadillo en la mano y dos latas de refresco. Partió el bocadillo en dos trozos, ofreciéndole una parte a su acompañante, mientras el viento lamía insistentemente sus largos cabellos.

- ¿Y ahora qué?
- ¿Y ahora qué? -Repitió la rubia pajiza.
- Sí. Y ahora qué piensas hacer. Ya te lo he dicho: aguantarás poco. ¿Piensas dormir aquí, en el parque?
- Lo he hecho otras veces.
- Pero otras veces peores, cuando estabas sin esa ropa, sin ese peinado... Sin ese maquillaje.

Saphir sonrió. Su amiga continuó insistente:
- Una amiga vive con unos críos en un pisito...
- Sé lo que vas a decir: dormiré en suelo pero bajo techo. No, gracias. Prefiero estar en paz.
- En casa de mi amiga tienes el peligro de que su novio llegue de noche y le llame demasiado la atención tu cabello. Pero ese problema también lo tienes aquí. Tal vez si quieres que los hombres dejen de molestarte deberías teñirte en un color más oscuro y que sea menos llamativo.

Saphir se echó a reír, mientras se apartaba un mechó de cabello de su rostro. Los cabellos de Kená también golpeaban contra su rostro con fuerza, movidos por el viento. Pero él no se inmutaba, se mantenía firme, en lo más alto de un montículo cercano al parque. Metió la mano en el bolsillo de su usado y oscuro abrigo, y extrajo un chicle. Desenvolviéndolo con exasperante lentitud, comenzó a masticarlo.

Unos estudiantes, con algunas carpetas bajo sus brazos, pasaron detrás de Kená. Uno lo miró y se puso a reírse. Buscó entre sus papeles una pegatina grande, con un dinosaurio, y entre las miradas de sus amigos y amigas, con las risas a punto de estallar, se acercó despacio al "mudo", que seguía masticando chicle. Con un rápido movimiento, el estudiante golpeó con su palma la espalda del joven, plasmando la pegatina en ella y diciéndole:
- Lo siento, amigo, creía que eras otra persona... Perdona.

"El mudo" ni lo miró, y mientras el estudiante regresaba junto a sus compañeros, empezaron a reírse a carcajadas. Entre risas se fueron. No tardó en llegarle a los oídos una fémina voz:
- Oiga, hijo, perdone... Pero creo que alguien le ha puesto una pegatina aquí, detrás...
"El mudo" la miró para volver a fijar de nuevo la vista en el horizonte; era una monjita con hábito color marrón claro:
- ¿Se la quito?

El joven no contestó, sólo se limitó a explotar con su boca una pompa de chicle. La religiosa, ya con sus temblorosos índice y pulgar en un lateral de la pegatina, comenzó a decir:
- Se la quito, ¿eh? Sí.

El papel adhesivo se deslizó por el tejido del abrigo con inútil resistencia, para acabar abandonado dentro de una papelera.

Eran casi ya las seis y Kená aún estaba de pie, mirando hacia las que ahora eran tres mujeres, puesto que a Saphir y a Vicky se les había unido una vieja que arrastraba su desventura junto con una caja de tetra-brik de vino. El chicle aún se removía por la boca del joven mendigo, estallando de vez en cuando entre sus labios. Los estudiantes regresaban ahora entre una maraña de risas y anécdotas de su última clase. Volvieron a pasar por la misma acera, desandando el camino antes hecho, por detrás de Kená. Cuando lo vieron, se detuvieron y se pusieron a cuchichear entre ellos. En la misma acera y por el sentido contrario otro joven caminaba a cierta distancia. Un transeúnte le saludó al pasar a su lado:
- ¿A estudiar, Octavio?
- De paseo. -Saludó también éste por toda respuesta, con una sonrisa.

El llamado Octavio miró hacia un estudiante que, algunos pasos ante él, sacaba de su carpeta una hoja escrita y un tubo de pegamento. Dirigió el pegamento primero hacia la espalda del joven mendigo, mientras los demás miraban con risas ahogadas en sus rostros. Antes de que la mano apretase el tubo, una presión agarrotó su muñeca:
- ¡Eh! ¿¡Qué tratas de hacer, chaval!? -Habló Octavio al desconocido, mientras Kená permanecía de espaldas, inamovible y silencioso, como si todo fuera ajeno a él.

- ¡Déjame en paz, tío! -Dijo el estudiante, mientras otro compañero, alto y rubio, empujaba a Octavio:
- Sí, ¿quién te ha llamado a ti para meterte en nuestras cosas?
- ¡Iros a hacer puñetas, ¿vale?! Dejadlo en paz, ya tiene bastante desgracia. - Defendió Octavio ante lo que creía era una injusticia, pero los chavales tenían poca paciencia:
- ¡Idiota! -Profirió uno a la vez que lanzaba un puñetazo por delante hacia el rostro de Octavio. Éste giró, empujó el codo adversario y el puño fue a clavarse en la portezuela de una furgoneta aparcada. El estudiante gritó de dolor.
- ¿¡Pero qué estas haciendo!? - Dijo otro compañero, airado.
- ¿Que qué le hago? -Repitió Octavio-. ¡Qué hacéis vosotros, más bien!
- ¡Pártele la cara, Diego! -Dijo una chica a su acompañante, un fornido que lucía con presunción una camiseta de taekwondo, en donde dos luchadores cruzaban dos altas patadas. Entonces éste dejó caer sus libros, mientras los curiosos comenzaban a agolparse.

La patada del taekwondoka se dirigió, llena de rabia, hacia Octavio, pero sólo le sirvió para acabar rodando por la verde pradera del parque. Su chica recogió los libros del suelo, y corrió tras él. No tardaron en acercarse dos policías locales inquiriendo explicaciones, pero los estudiantes que habían quedado no encontraron a su contrincante, así que prefirieron poner todos ellos pies en polvorosa sin decir una palabra. Uno de los agentes miró a su compañero, sonriendo:
- ¡Peleas de críos!
- ¡Vamos, despejen el paso! - Ordenó firme su compañero.


Capítulo 4
El bar estaba abarrotado. Una aligación de música heavy y gente. Las luminosas luces bailaban sin cesar cambiando sus tonos del rojo al verde, de éste al azul y vuelta a empezar. Kená entró parándose durante breves instantes al lado de la puerta. En el interior, frente a la barra, pudo discernir a Saphir, que hablaba sin amedrentarse con un tipo del mostrador, un hombre con perilla y escaso pelo, mientras la chica mantenía su pie encima de su mochila colocada en el suelo. Vicky la había abandonado hacía algunos minutos, y a pesar de los intentos de Kená por encontrarla con la mirada, la mujer no parecía estar en el local. "El mudo" desistió de seguirla, pues ello acarrearía seguramente la pérdida de la rubia joven.

Por fin, en un gesto de visible amoscamiento, Saphir recogió su mochila del suelo y subió por unas escaleras hacia el piso superior. Allí estaba Dandy, con otra joven prostituta y sus dos inseparable compañeros: el "cara de ratón" Ricky, y Pol. La lumi se encontraba ante ellos solo separada por una mesa, tras la cual Dandy sonreía con un cigarrillo en su mano derecha. Un hombre gordo y con smoking, que vigilaba la puerta, entró y dijo:
- Aquí hay alguien que quiere... -Pero antes de concluir, Saphir ya se había colado dentro. El tipo obeso intentó detenerla.
- Déjala, Gabir. Cierra. -Ordenó Dandy-. Y tú, vete también, ya hablaremos. - Dijo hacia la prostituta, que salió mientras la recién llegada se encaraba al "chulo". Éste le sonrió:
- Veo que has venido. Así me gustan las mujeres, que sean cumplidoras.
- Sí, ya estoy aquí -dijo Saphir con fingida frialdad, pues por dentro estaba temblando-, y vuelvo a decirte que no me interesa volver a a la calle.

Los tres tipos se rieron a coro:
- Eso es muy ambiguo, querida. ¿Crees que voy a dejarte marchar ahora? -Dandy se levantó del sillón y se dirigió hacia ella-. No. Te quiero, ¿sabes? Bueno, o al menos te quiero todo lo que se puede querer a una rubiaza como tú. Así que primero para mí, y luego para otros.

Saphir apartó de un manotazo la mano que intentaba acariciar su mejilla. Sí, conocía muy bien a los de esa calaña, les gustaba sentir el poder, aunque fuera sobre una persona indefensa y asustada como ella. Y había conocido a tantos así, tan gañanes como pendencieros, y sus ojos brillaban por el dinero, no por el amor.
- Ni lo sueñes. - Repitió la chica-. Ahora mismo me largo. Yo ya he cumplido, he venido.

Ella, al menos, lo intentó. Pero el hombre la cogió con firmeza por la muñeca:
- ¡No! Eres muy quisquillosa, ¿lo sabías? Pero claro, todas sois así al principio... Me gusta domaros, es mi pasatiempo favorito. Cuando te vi en la calle esta mañana sabía que serías una buena cochina para mi jauría de cerdas.

Dandy la atrajo hacia sí con decisión y, entre gritos de la joven, intentó alcanzar sus labios con los suyos:
- Yo te enseñaré -susurró-, ésta es la guardia del lobo, y aquí se paga un tributo...

La chica, entre apagados llantos e inútiles gritos, intentaba sin lograrlo desasirse del hombre, que le apretujaba contra sí mientras ella sentía su aliento cada vez más, más cerca. Más. Pol soltaba unas risitas agudas:
- Luego me la pasas a mí. Luego a mí, ¿eh?

No había gritos para Saphir. Su garganta era incapaz de pronunciar nada. Pero fue más que un grito: un estruendo. La puerta golpeó contra la pared con furia y, por la fuerza rebotó en ella, volviendo a cerrarse por sí misma. Pero ya una figura había entrado. En el revoque se hizo un agujero, y parte de la carga de revestimiento de la pintura cayó al suelo, provocado por la metálica manilla. Los cuatro volvieron la cabeza. Fue Ricky quien dijo, asombrado:
- ¿Este tipo no es "el mudo"?
- ¡Maldita sea! ¿Qué hace este idiota aquí? - Protestó Dandy, sin dejar de sujetar el cuello de Saphir.
El "mudo" seguía masticando chicle, sereno. Extendió el brazo y, con la mano dirigida hacia Saphir, la invitó a acercarse. Pero el chulo, que aún la mantenía agarrada, le respondió, entre risotadas:
- ¡Y un cuerno se va a ir contigo! ¡Ven tú a por ella si te atreves!

Kená no se hizo de rogar. En cortos pasos acercóse y, cuando se quiso dar cuenta, Dandy ya lo tenía ante él. Dandy miró cómplice hacia Ricky, el cual se acercó y acabó cayendo dando tumbos y traspiés al encontrarse con una soberbia kebanashi, situando su cuerpo hacia el objetivo. Dandy siguió adoptando su papel de duro, y soltando a Saphir, la arrojó con fuerza hacia el suelo. La chica perdió el equilibrio por el empujón, pero de un largo paso Kená la detuvo con sus brazos, en un movimiento circular que acabó dejando a la joven sentada. Dandy vio la oportunidad perfecta y decidió aprovechar el momento, dirigiendo su planta del pie hacia abajo y directa al hombro del joven mendigo. Un impacto tal le habría costado caro, a él y a su clavícula. Pero ni le llegó a tocar: el teisho uke de Kená contra la espinilla, girando, hizo que el pie del "chulo" sólo tocase el suelo. Al hacerlo, lo desequilibró e impactó rematándole con su rodilla en sentido ascendente, mientras se elevaba de su posición anterior. Era un movimiento miles de veces ensayado, habitual de las katas Hung-Gar. Era como una torre emergente, una fortaleza. Imparable y tan brutal, que Dandy realizó una voltereta en el aire para caer finalmente, y pesadamente, sobre su espalda, haciendo un ruido demencial.

Dandy no daba crédito, de manera que gritó hacia Pol:
- ¿A qué esperas? ¡Ayúdanos, joder!

Pol asintió y echó a correr contra "el intruso", pero ¿de qué le iba a servir, ante el fumikomi realizado en un magistral tobi-yoko-geri, estrellándose en el delincuente y haciendo estallar la ventana, enmarcación incluida, al pasar su cuerpo volando por allí? Tras ello, Kená aterrizó perfectamente con los dos pies, mientras su abrigo levantaba una oleada de aire. Excepto por eso, por el aire, nadie se había percatado ni de lo que había hecho. Era un visto y no visto. Como si un fantasma salido de las sombras les hubiera tumbado. Por su parte, Pol estaba en la calle, intentando reincorporarse, pues un toldo y las sombrillas de la terraza del mismo bar habían disminuido su impacto en la caída. De no ser así, ni lo hubiera contado.

Kená lo agradeció. Tampoco quería causar demasiados daños, si no era necesario. Sólo los imprescindibles para sacar a la chica de allí. ¡La chica!

- ¡Vamos! -Le indicó a ella, en la puerta ahora abierta y por la que se podía ver el cuerpo del gordo Gabir inconsciente. El budoka corrió hacia ella, y se sorprendió de que, al llegar a su altura, Saphir le extendiera su mano para echar a correr juntos.

Continuará...
| Redacción: © Bia Namaran

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