Un relato de Bia Namaran.
Era nuestra primera "entrada en escena", y me sentía tan nerviosa que era incapaz de dejar de pensar en ello ni por unos instantes. Kená, por el contrario, parecía como siempre tranquilo, aunque tal vez fuera una de sus habituales poses en donde no dejaba aflorar nada al exterior. O tal vez realmente no le molestara la idea de la muerte lo más mínimo, aunque esto no podía creérmelo.
Por otro lado, tenía un pensamiento más que me atormentaba: mi enfermedad. Durante toda la tarde busqué la oportunidad propicia para decírselo, pero no la encontré. O mejor: no quise encontrarla. Temía su reacción, aún no le conocía muy bien y una cosa así podría dar al traste con todo, podía acabar con lo que habíamos empezado. Yo creía conocer a los hombres, pero Kená era completamente distinto. Los personajes habituales en mi vida ya habrían intentado seducirme, captar un beso fugaz al menos... Ese quizá no era el estilo de él, pero entonces, ¿qué estilo era? No sabía si todo era caparazón o autoprotección, pero al fin y al cabo era de carne y hueso, y tenía derecho, ya que resultaba mi amigo -mi único verdadero amigo, en aquellos momentos- a saberlo.
Cualquiera puede imaginarse la confusión que bullía dentro de mí, así que mientras la lavadora realizaba su trabajo, Kená castigaba con sus extraños movimientos el gimnasio, y la tarde comenzaba a irse, yo me dispuse a servir la primera cena en el comedor. Sería una de las noches más cortitas de mi vida, pues de madrugada comenzaría de verdad nuestra arriesgada tarea.
Capítulo 8
La berlina compacta de lujo accedió al oscuro almacén, ya abandonado. Por las ventanas con algunos rotos cristales se filtraba algún débil rayo de luz, yéndose a parar entre el polvo que los negros neumáticos levantaban al rodar. Se detuvo, apagando el motor, mientras se abrían tres puertas (excepto la del conductor), y por ellas salieron tres hombres. Uno de ellos, con algo de bigote y prácticamente calvo, portaba en su mano derecha enguantada un negro maletín. Kená, desde su situación elevada sobre ellos, pudo adivinar que se trataba del dinero.
- A ver si esos "perros" aparecen de una maldita vez, y no tardan demasiado.
Era la voz de un joven de fuertes facciones, pelo casi rapado y negra cazadora de cuero, que se acercaba a los otros dos que ya estaban ante el capó, con los faros del coche apagados tras sus piernas.
El conductor abrió la puerta, la cerró tras salir y se mantuvo a su lado, mientras encendía un cigarrillo. La llama de la cerilla diluyó durante breves instantes la poca oscuridad que aún quedaba en el almacén.
De repente se oyeron unos pasos, entonces los tres miraron hacia el de la maleta, esperando seguramente órdenes, pero éste no dijo nada. El ruido también llegó a oídos del budoka, fue entonces cuando escupió el chicle.
Habían elegido uno de los trucos más archi-sabidos, uno de los más viejos del mundo y, quizá por eso, de los más eficaces: la seducción. Como suele decirse, "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". El "mudo" así también lo esperaba, por muy matones que fueran, una mujer es siempre...
...Una mujer apareció ante ellos, con pasos delicadamente cortos y provocativos. Los altos tacones de sus zapatos negros golpeaban contra el cemento que había por acera, anunciando desde lejos su presencia. Vestía una negra falda con abertura casi hasta lo alto del muslo izquierdo, por encima de un blanco body, dando como resultado un conjunto extraordinariamente lascivo. Todo ello adornado con unos grandes pendientes metalizados, imitando a dibujos egipcios, una gran pulsera que brillaba, y con un cutis esmerada y espléndidamente maquillado.
Los cuatro movían a la par sus cabezas, siguiendo los movimientos féminamente marcados.
- No tendremos la suerte de ser a ésta a quienes esperamos, ¿verdad? -Habló uno con cara aguileña y gabardina azul, al lado del tipo de la maleta.
- Creo que no... -Dijo el de la negra cazadora.
Saphir se detuvo en medio de la gran puerta, y por primera vez miró hacia ellos:
- ¡Menos mal que encuentro a alguien! Por favor... -Dijo con melosa voz.
Los tres se acercaron a la par, quedándose atrás solamente el conductor, que no por faltas de ganas sino por obligación, se mantenía al lado del retrovisor izquierdo.
- ¿Podemos hacer algo por usted? -Habló por primera vez el de la maleta, sin ver cómo detrás suyo, a algunos metros, un joven con el pelo recogido en una pequeña coleta, y cazadora marrón, realizaba un ataque a su conductor que un mandarín podría nombrar como "chien chin", dejándole silenciosamente fuera de combate.
- Busco esta calle. -Extendió un papel hacia el hombre de bigote, mientras ella no le apartaba sus azules iris enmarcados en rímel atezado de su rostro. El hombre cogió con firmeza el trozo de papel entre sus dedos enguantados, que la chica le presentaba cual secreto pergamino, y justo en el momento en que lo desdoblaba, los dos hombres que le acompañaban (el de la gabardina, y el de cabeza rapada), a ambos lados de sus hombros, cayeron pesadamente al suelo con dos secos golpes, hechos casi al unísono.
El de la maleta abrió mucho los ojos, miró a la joven y su primera reacción fue llevarse su mano derecha al interior del abrigo, donde guardaba una pesada Magnum. Pero el dolor insoportable que sintió en su entrepierna le hizo caer en la cuenta de que alguien había detrás, y girándose sobre sí mismo, a la vez que flexionaba su abdomen, vio como un joven le remataba hacia abajo con un puño en pin chuan, que le hizo caer al suelo. Kená no obstante no se confió, y con una presa, mientras el hombre caía, agarró su antebrazo derecho cogiéndole el arma. El calvo quedóse quejándose, lamiendo el rocío de la mañana sobre el cemento.
Kená indicó a Saphir la posición del conductor, ella asintió, y con la máxima rapidez que le permitían sus altos tacones se acercó, lo desarmó y lo registró, mientras su amigo hacía lo propio con los otros tres.
A no mucha distancia de allí, un sedán compacto de color verde oscuro avanzaba con parsimonia, hundiendo a veces alguna rueda en los pocos profundos charcos, que no obstante sí rezumaban agua hasta el límite.
El joven mendigo masticaba de nuevo chicle cuando el coche comenzaba a acercarse a su posición, apoyada la espalda de aquél en una pared de viejo ladrillo. Cuando el vehículo estuvo a escasos metros, escupió el contenido de su boca y echó a andar, desde la aparente lejanía pudo ver que eran tres.
- ¿Quién es ese? -Preguntó un barbudo que se sentaba detrás, hacia los dos hombres de delante. El conductor, con sombrero y negras gafas de sol metálicas, cuya montura parecida de alambre abrazaba unos circulares cristales, opinó:
- Alguien demasiado azaroso, seguro.
- Continúa, no te pares. -Ordenó una voz a su lado, cuyo propietario daba imagen de ambilado, pero era sólo mera una apariencia-. Puede ser un trabajador de aquí, o un guardaespaldas de "el Turco".
- O un mendigo. Sí, tiene pinta de mendigo. -Dijo el barbudo del asiento posterior con su cara literalmente pegada al cristal.
- Se está acercando, Benno. - Admitió el conductor al de su derecha.
- Poned las manos en las empuñaduras del "armamento" y no os confiéis, pero no hagáis nada aún. -Dijo el nombrado.
- ¡Llegáis tarde! -Dijo Kená ya a su altura, y hacia Benno. El de la barba abrió la puerta y, sonriente, salió afuera:
- ¡Maldita sea, qué susto nos has dado! ¡Ese "Turco" cada día trae a gente nueva!
El "mudo" sonrió con ataraxia. Como un relámpago y de repente, giró sobre su pie izquierdo, yendo a clavar el talón en la puerta, en el marco cromado de la ventanilla, el cual se dobló por la presión después de estamparse contra el estómago del que había salido. A la vez, su puño alcanzó a Benna, sin que éste pudiera siquiera extraer su arma.
Saltó como un felino sobre el tejado, poniendo ante el rostro del conductor la espeluznante Magnum que le había cogido hacía unos momentos al tipo calvo y de bigote.
- ¡Eh, eh...! -Amenazó Kená al del volante, acompañándose con el clic al martillear el arma, pues el conductor trataba de hacerse con la suya. El budoka metió su mano en el interior de la chaqueta del tipo, extrayendo su revólver, y una vez hecho ésto le "invitó" con la Magnum a salir, apartándose de la puerta y sin dejar de mirarle. Realizó una tseh ding twey para hacerle caer al suelo.
Asegurando de nuevo la Magnum, se dispuso a recibir el abrazo de una sonriente Saphir, que había estado atando a los tipos del "Turco" (que habían dejado fuera de combate en primer lugar), y llegaba con algunas cuerdas en su mano derecha.
La joven elevó sus pies del suelo manteniéndose unida a Kená por sus brazos en la cintura de ella, y una vez sus tacones volvieron a tocar tierra, mirándolo seria, entrecerró los ojos y acercó sus labios hacia la boca de su amigo...
- ¿Vas a traer esas cuerdas, o te quedarás de cara al viento embobada el resto de la mañana? -Era la voz del budoka que, al otro lado del coche, retiraba las balas de todas las armas. Ella miró hacia Kená azorada, sorprendida de que ya no se encontrase frente a su cara.
Los flashes de las sirenas anunciaban la llegada de la policía. Una llamada anónima a la central les hizo saber el lugar donde debían recoger "un regalito", y los uniformados, presumiendo de brillantes insignias metálicas lustrosas sobre sus pechos, se encontraron a los narcos junto con su mercancía, además de los miembros, que todos se encontraban en busca y captura, de la banda del "Turco". Pero el maletín negro ya había desaparecido.
Mientras el fajo de billetes se elevó en el aire para caer de nuevo en las manos de Kená; Saphir, sentada sobre la cama y al lado del maletín abierto lleno de dinero, le dijo:
- No podemos quedarnos con todo esto, Kená.
Éste se apoyó sobre el comodín cobrizo, reflejando su espalda en el gran espejo de éste, y cruzando sus pies sobre el enmoquetado suelo rosáceo. Agitó los billetes frente a su cara, como si se trataran de un abanico. Se encontraban en el dormitorio matrimonial, cuarto que había elegido la chica "para su uso personal", no en vano era el más fastuoso y majestuoso de toda la casa.
- Esto es dinero de las calles. -Opinó el joven-. Está sacado de nuestro mundo; ellos se aprovechan de los bajos fondos y obtienen estos apetitosos lucros.
- Pero no es nuestro. -Siguió en sus trece la rubia.
- De acuerdo. -Admitió su amigo arrojando el fajo de su mano al interior del maletín-. Devolvámoslo pues.
La chica cerró de un golpe el maletín:
- Gastos y desplazamientos. - Dijo con un rictus. Kená abrió las manos y alzó los hombros, en un gesto que significaba que, hiciera lo que hiciese, estaría de acuerdo. Luego comenzó a caminar hacia el distribuidor con barandillas blancas del piso superior, quitándose a la vez la goma de sus cabellos para dejarlos libres:
- Bien, Saphir -dijo cuando pasaba debajo de una claraboya por la que se filtraban los rayos de luz-, a mí el sucio dinero no me importa.
La joven sonrió.
Continuará... |
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