19.10.16

Color teal


Un relato de Bia Namaran.


Supongo que hay cosas con las que naces y que te acaban irremediablemente marcando, o a las que una parece estar predestinada. Puede ser una enfermedad, una familia, una herencia, un defecto, una cualidad, un apellido... O, como en mi caso: un nombre. Me encanta mi nombre, siempre me gustó muchísimo. Mis padres me pusieron Ingrid, un antiquísimo nombre nórdico. Y mi apellido es Suárez, de manera que desde pequeña comencé a firmar como "Ingrid S.". Añadía mi "ese" al final porque así sonaba como si pareciera firmar la misma Ingrid Sjoberg. Y es que Ingrid Sjoberg pronto empezó a apasionarme. En el colegio, mientras mis otras compañeras de clase llevaban pegatinas en sus carpetas, o fotos pegadas de sus artistas o cantantes favoritos, de sus grupos de música o de sus clubes deportivos, yo llevaba fotos de Ingrid Sjoberg. Mientras ellas ponían artistas y famosos de fondo en sus smartphones y tablets, yo ponía fondos de escritorio de fotos oficiales de Ingrid Sjoberg.

Hasta finales de la adolescencia no ocurrió nada reseñable, pero cuando llegué a la universidad mi consideración y mi afición por Ingrid Sjoberg se agudizó. Empecé a sentir pasión hacia un color: el teal, ese extraño color escapado de la gama del turquesa y que a Ingrid Sjoberg tanto le entusiasmaba. De manera que comencé a combinar el teal con todo lo que podía, principalmente con blancos y con negros, como hacía la gemela de las Sjoberg. Era normal verme en las tiendas de perfumería de la cadena Burgundy Star eligiendo una tonalidad de pintalabios, sombra de ojos y perfilador lo más cercana a la tonalidad teal que Sjoberg usaba. Comencé a peinarme como Ingrid Sjoberg, y aunque mi cabello es oscuro, decidí oscurecérmelo más y teñirlo en negro, como ella, y ponerme varias mechas teal en el pelo como tiene Sjoberg. Por desgracia el tinte teal de Ingrid Sjoberg no se comercializa (lo fabrican en Vex en ediciones especiales solo para ella), solo en alguna ocasión lo ponen a la venta, una o dos veces al año, para algunos fines específicos, por ejemplo solidarios. Así que ahorro durante el año esperando esos momentos para comprarlo, porque sus precios suelen ser altos y la lista de personas queriendo adquirirlo es inmensa. Muchos lo hacen para adquirirlo y luego revenderlo por Internet a precios prohibitivos. Confieso que en alguna ocasión caí en la tentación y, al no poder conseguirlo en la tienda oficial por haberse agotado las existencias, lo llegué a adquirir a ese tipo de revendedores. Algo que intentaba evitar, porque no quería alimentar ese mercado paralelo.




Con la ropa ocurría otro tanto de lo mismo. Como Gradis la fabrica en ediciones exclusivas para Sjoberg, conseguir su mismo tono de prenda en color teal era un sufrimiento. Pasaba como el tinte para el pelo, y a veces tenía que pagar cuatro o cinco veces más por la misma prenda en edición especial y por tiempo limitado, solo por conseguir el mismo tono de color de Ingrid Sjoberg.

Claro, los competidores no eran tontos, y Adidas, Nike, H&M, Mustang... Todos lanzaban a veces en sus colecciones prendas con colores Teal parecidos, no iguales porque la variante teal de Ingrid Sjoberg estaba registrada. Algunas veces compraba artículos a ellos, pero eran las de menos porque me sentía como estar defraudándome a mí misma.


Era habitual verme preguntando en las perfumerías por pintauñas en color teal, e intentando conseguir las múltiples variantes de mates, metálicos y reflectantes de esmalte de uñas en el color de Ingrid Sjoberg que, por supuesto, también lanzaba Burgundy Star en unidades limitadas una o dos veces al año. Su precio, por fortuna, era más barato, y aprovechaba para hacer provisión para el resto del año. Aún así siempre había que estar atenta a Internet y a las noticias del mundo de la moda, porque las unidades que se ponían a la venta volaban. Por fortuna, mis amigas y amigos que conocían mis preferencias me informaban siempre que se encontraban con la noticia de algún lanzamiento de ese tipo. Además, con el tiempo hice muy buena amistad con la chica de la perfumería oficial de BS en mi ciudad, y siempre que les llegaba alguna remesa de tintes, maquillaje o complementos de cualquier tipo en el color teal de Ingrid Sjoberg, me reservaba por lo menos varias unidades.

Esto tenía sus inconvenientes, pero también muchas ventajas. Por ejemplo, yo era de las chicas "fáciles" para regalar, por mi cumpleaños o para reyes todo el mundo sabía qué darme: ese pañuelo, complemento o prenda de vestir oficial en color teal de la gemela Sjoberg. Sin duda, si de este tipo de regalos tengo que hablar el más emocionante fue el que me hicieron mis padres por mi veinte cumpleaños. No se como lo consiguieron (lo trajeron desde Japón), pero era una unidad limitada del reloj Sunoyi Metafemme en color teal de Ingrid Sjoberg. Lo más impactante es que me trajeron dos, uno para usar a diario y otro para guardar, porque bien sabía que, si me hubiesen regalado uno solo, no lo pondría por temor a estropearlo. He perdido la cuenta de la cantidad de días posteriores a estrenarlo que no dejaba de mirarlo emocionada, a cualquier parte que iba.


Claro que, como es obvio, mi smartphone es el mismo modelo del que lleva Ingrid Sjoberg (otra unidad limitada de Sunoyi, con exterior en aluminio pintado en color teal), y mi auto, al no poder comprarme el de Ingrid, adquirí un Tung Metazeta, en color teal, por supuesto.

Cuando terminé la carrera de filología tuve la suerte de hacer mis prácticas en Neored. Cuando entré en la compañía fue un momento muy especial para mí. El primer día que llegué y vi el enorme cuadro de Ingrid Sjoberg presidiendo el hall de información, con el que te encontrabas nada más cruzar la puerta, sentí un vuelco en el corazón. De hecho aún lo siento muchas veces. No me podía creer que iba a trabajar (aunque fuera becada y temporal) para una compañía de la mismísima Ingrid Sjoberg. Era como un sueño hecho realidad. La persona que tanto me había inspirado y "adicta" al teal tanto o más que yo, ¡iba a ser mi jefa! Me parecía increíble. Claro que en aquel momento yo no quería ver la evidencia de que Ingrid Sjoberg, realmente, iba a estar a miles de kilómetros de mí y ni siquiera conocía mi existencia. Pero me daba igual, para mí era como si ella me hubiese abierto las puertas de Neored en persona y me hubiese recibido con los brazos abiertos.


Entré a hacer las prácticas en el departamento de atención y asistencia al cliente. Mi carrera -y mis estudios- me permitían poder escribir y leer en varios idiomas, de manera que podía acceder a muchas de las comunicaciones de los clientes en su idioma original, aunque he de decir que, en un primer momento, eso no me fue demasiado útil. Yo estaba sentada tras una especie de mostrador, y ante mí se apilaban montones de cartas en cestas metálicas, que se llenaban continuamente cada día, provenientes del correo de todas partes del mundo. Yo solo tenía que abrirlas, apilarlas para clasificarlas, coger su dirección e imprimir una etiqueta autoadhesiva, pegarla en un sobre, y coger una hoja con una respuesta estándar ya redactada y enviarla en un sobre prefranqueado hacia otro montón, en este caso para ser, a final de la jornada, dirigido hacia el correo para su emisión al destinatario.

Mi supervisor me dijo que la chica que había estado en ese puesto hacía cincuenta y tres envíos cada treinta minutos. Yo intenté superar esa cifra, y abría y cerraba sobres como una condenada durante horas. Cuando mi supervisor observó que el montón de sobres se había reducido notablemente, una mañana que pasó por mi puesto sonriendo me dijo que no me matase demasiado, que aquello no era una carrera, y confesó:
- ¡Lo de más de cincuenta envíos te lo dije en broma, mujer! -Y aclaró-. Eres una becaria, pero no tienes que demostrarme nada, no te preocupes.


A partir de aquel momento decidí cambiar de actitud y, en lugar de abrir cartas, poner en un montón el sobre y clasificar a su lado la hoja u hojas que aquél contenía, comencé a leerlas. Pronto me di cuenta de que aquella correspondencia eran misivas remitidas desde todos los rincones del mundo, reenviadas al departamento donde yo estaba provenientes de todas las filiales y sedes del Grupo INSI. Algunas contenían encendidas críticas, e incluso improperios o amenazas, pero descubrí que la inmensa mayoría eran de personas que agradecían los productos de INSI, les enviaban felicitaciones o querían transmitirle directamente a Ingrid Sjoberg su cariño. Entonces tomé la iniciativa y me puse a responder una por una, llamándoles a quienes escribían por su nombre, y dándoles no solo acuse de recibo, sino mostrando con sinceridad la gratitud por haber elegido nuestros productos o servicios. Para terminar, cogía mi bolígrafo (de color teal, por supuesto, y con tinta también teal), y firmaba la carta con mi nombre, "Ingrid S". Como firmaba siempre todo.

Especialmente emotivas eran las ocasiones en las que me encontraba con cartas de niñas o niños, algunos enfermos u hospitalizados, que le escribían a Ingrid Sjoberg diciéndole que eran fervientes seguidores de ella, o dándole las gracias por muestras de productos gratuitos o de regalos que la Fundación Sjoberg les había llevado, o por fabricar determinado producto infantil en packs específicos que sus padres podían llevarles cómodamente, o ellos mismos llevar al colegio o de viaje. ¡Y a todos esos niños les estábamos respondiendo con cartas-modelo diciéndoles que todos los trabajadores del Grupo INSI nos esforzábamos al máximo por conseguir productos de la mejor calidad y lo más competitivos!


Entonces tuve la idea de pedirle a un amigo que me diseñara una tarjeta con una imagen oficial de Ingrid Sjoberg y solicité por internet varios cientos de copias de ella. Luego, en el trabajo rebusqué entre la documentación oficial. Había una carta que Ingrid Sjoberg dirigía a los niños, y la imprimé, haciendo varias fotocopias de ella. Cuando nos escribían niños, enviaba esa carta y añadía la tarjeta, en donde les daba las gracias personalmente y se la firmaba. Yo sabía más que nadie la ilusión que les haría recibir algo así. Por supuesto, tuve mucho cuidado en no aparentar suplir la identidad de Ingrid Sjoberg, todas mis respuestas las hacía en nombre de INSI Group, hablando en plural, de la misma forma en que la carta-modelo que enviaba antes de forma robótica estaba redactada. Nadie me dijo nada nunca, y nadie protestó por ello, y aunque las cartas se acumulaban (era terriblemente más lento y llevaba mucho más tiempo leer una carta y escribir la respuesta, que enviar una carta-modelo como hacía antes), mi supervisor no me llamó la atención y, además, solía pasar muy poco por mi lugar de trabajo, un hueco al fondo de la planta de atención al cliente, cercado por biombos y casi apartado del resto del mundo. Me imaginé que, como becaria, tampoco se iban a preocupar demasiado ni exigirme mucho.

Así fueron pasando los seis meses de mi periodo contratado, y el último día, a última hora de la mañana, cuando ya estaba recogiendo mis cosas y metiéndolas en mi bandolera color teal y con detalles en blanco, la secretaria del director-supervisor vino a verme con una sonrisa:
- ¡Es tu último día! -Me dijo-. Quieren verte en la oficina para darte los papeles de finalización de contrato.


Subí hasta las oficinas y esperé ante el mostrador donde estaba la secretaria. Estuve casi veinte minutos allí sentada cuando, por fin, me llamó el supervisor. Me pidió sentarme y me dijo lo típico: "agradecemos sus servicios", "muchas gracias por haber hecho tan bien su trabajo", "gracias por elegirnos", "confiamos en que le hayan sido unos meses muy provechosos...", y luego me dio los papeles, y me mandó firmar un par de ellos. Les pedí también que si podían hacerme o enviarme una carta de recomendación, y referencias para poner en mi currículum, y el supervisor entonces me pidió que esperase un momento. Entonces escuché una voz detrás de mí, y unos pasos, acercándose:
- ¿Referencias? ¿Para qué? No te vas de aquí.

Puso ante mí un papel. Era un contrato, ¡indefinido! Reconocí enseguida aquellas uñas, largas, bien perfiladas, con esmalte metalizado teal... Alcé la vista y casi me desmayo... ¡Ingrid Sjoberg! ¡En persona! ¡Allí! ¡Delante de mí! Me quedé sin aliento, tanto que el supervisor tuvo que abrir la ventana. Me temblaba todo el cuerpo, pero ella me cogió la mano y me la apretó con cariño:
- Sé lo que has estado haciendo aquí... Y quiero que sigas haciendo lo mismo.


Tartamudeé. No se ni como me salieron las palabras. Hice un esfuerzo sobrehumano para poder articular:
- Lo... ¿Lo sabe?

Ella asintió con su cabeza, sonriendo:
- Tu esfuerzo y trabajo es muy valioso para mí. Yo no tengo tiempo, pero gracias a ti el servicio de atención al cliente puede responder de una forma más personal, como yo siempre he querido. No solo eso, quiero que tengas mi dirección de correo electrónico privada y, cuando te encuentres con un caso que requiera una atención especial por mí misma, quiero que me lo hagas saber.


Me eché a llorar sin poder contenerme:
- ¡Por supuesto! -Le respondí. Ingrid Sjoberg me abrazó, y me dijo:
- No te pongas así ahora, porque entonces cuando veas ésto no sé qué vas a hacer...
- ¿El qué? -Dije, emocionadísima, sin poder contener la ilusión. Ingrid se levantó, y abrió una puerta de doble hoja que daba a una sala adyacente. Allí, apiladas sobre una gran mesa ovalada de reuniones, y por el suelo amontonadas, había cajas y más cajas de ropa de Gradis, maquillaje de BS, productos de belleza y complementos, todo ediciones exclusivas del mismo color teal y modelos idénticos a los que usaba la mismísima Ingrid Sjoberg. Me preguntó:
- Tu talla es la treinta y ocho, ¿verdad? Ya no tendrás que preocuparte nunca más en buscar el color teal ni en esperar que se lancen las ediciones limitadas. Las tendrás todas antes de que se pongan a la venta, e incluso tendrás prendas que no se comercializan.

Me levanté de un salto chillando, y me abracé a Ingrid. El supervisor se puso a reír. Sobra decir que aquí permanezco, en atención al cliente. Escribe tu opinión, mándanos tus sugerencias al Grupo INSI. Ingrid Suárez te responderá encantada. Firmando con tinta en color teal.

Fin


| Redacción: © Bia Namaran

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2 comentarios :

  1. Me encantan estas historias de grandes directivos que se preocupan por sus empleados y hacen justicia. Premiando a los buenos como es el caso de este relato, y castigando a los malos como ocurría en el Imperio. Algo que desgraciadamente es excepcional, y así van las cosas

    Precisamente este fin de semana leía en un diario económico, que una gran corporación tenía un director general, que se entrevistaba personalmente con casi 2000 empleados cada año. Es decir casi 11 cada día laborable. Admirable.

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  2. Gracias Guti.

    Ese es el problema, que líderes que sean realmente líderes hay muy pocos.

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