27.9.17

¿Estamos hartos ya de todo?


Lo que cada vez me resulta más evidente y obvio es el hartazgo que, por lo general, tiene la gente. Ya hay pocas cosas que les impresionen, poco que les haga vibrar y que les llegue al corazón. Me estoy refiriendo a los medios de comunicación, en donde esto queda muy patente.

Hace ya bastantes años, recibía una humilde revista de poesía, hecha a mano y con sus hojas escritas a máquina. En ella colaborábamos asiduamente poetas, y recuerdo la ilusión que me producía verla en el buzón. Hoy en día con internet tenemos a nuestra disposición tal cantidad de periódicos, blogs, magacines y páginas, que ya no les damos ninguna importancia, por mucho empeño que pongan sus autores en realizar una publicación de calidad.




Cuando acudían los viejos del pueblo a comprar su periódico, se pasaban la mañana leyéndolo desde la primera a la última página. Hoy las páginas webs especializadas de las más diversas temáticas nos informan de temas y desarrollan reportajes que antes nos emocionarían, y que ahora apenas leemos por encima.

Antes esos reportajes venían con fotos en blanco y negro (y gracias), y hoy con fotos a color, con retoques e incluso con efectos.


Lo mismo ocurre con la televisión, o la radio. Ahora tenemos a nuestra disposición podcasts para descargar, vídeos en Youtube con efectos alucinantes, y si queremos ver una película o dibujo animado, lo descargamos y está. El problema es que al poco nos cansa, los programas y películas cada vez tienen que ser más enrevesados, más complejos para que nos atraigan algo, cuando no hace mucho solo teníamos la opción de ver un solo programa de televisión en una sola cadena.

Ahora tenemos tanto a nuestra disposición que ya no sabemos qué hacer con ello. Nada nos asombra ya, y por esmerado que sea un vídeo, un reportaje en un blog o un podcast, nos da absolutamente igual porque ni se aprecia el esfuerzo de realizar algo así.


Ahora los contenidos se generan por y para las redes sociales, y cada cual aporta su parte de morbo con vídeos, cuenta sus historias o pone las fotos de sus viajes más exóticos, llegando a cientos de personas que probablemente hayan visto lo mismo de otro perfil. El hartazgo es tal que nada nos afecta, ni historias tristes ni historias heroicas, ni un paisaje ni otro. No impresiona, porque a veces no sabemos hasta qué extremos está tratado y retocado informáticamente, difuminándose los límites entre la ficción y la realidad.

En siglos pasados la gente salía de las iglesias impresionadas por los sermones que el cura les relataba desde el púlpito. Hoy los sermones son, para la mayoría de gente que acude a misa, un rollo, y están cansados de sermones de políticos, de sermones de famosos, de sermones de Youtubers que despotrican acá y allá en multitud de canales de los más variopintos temas.


Ésta es, sin duda, y más que nunca, la era de la indiferencia. Hay tantos efectos especiales, hasta en los anuncios de chocolate o en las fotos de productos de alimentación, que nos hemos vuelto inmunes. Hay tanta información disponible, con tantos medios y en tantos formatos (audio, vídeo, gráfico, escrito...), y tan al alcance de todos, que cualquier pseudo-aficionado puede parecer un experto y lanzar una publicación sin prácticamente esforzarse.

Y claro, ante semejante barullo no tenemos tiempo para nada, nos sentimos aturdidos, y ni podemos seguir los grupos de Whatsapp o Telegram, ni ver en su totalidad nuestras redes sociales, y si seguimos una publicación lo hacemos esporádicamente, sin darnos cuenta ni apreciar la dedicación de sus autores. Simplemente, hay cientos haciendo lo mismo y, aunque no los haya, son tantas las opciones que nos podemos ir a "entretener" a cualquier otra parte.

Ante este panorama da un poco de miedo y de vértigo lanzarse en un proyecto editorial, ¿para qué, si es una gota más en un inmenso océano?


Yo he trabajado en unas cuantas publicaciones que han cerrado, algunas de bastante éxito, e incluso otras las he cerrado yo mismo, y me he dado cuenta que, por supuesto, el mundo no se acaba ahí. Que esos lectores que te dicen ser fieles y leerte siempre o seguirte, y que hoy te adulan como si fueras lo mejor que les ha pasado por sus vidas, mañana se irán a otra parte, al día siguiente -cuando no a la hora siguiente- se habrán olvidado de ti.

Y les entiendo. A mí me ha pasado. Yo también seguía publicaciones muy interesantes, que me gustaban mucho, entre ellas un blog de un tipo que contaba a nivel personal sus vicisitudes con la fotografía, o el de una periodista que contaba cómo hacían su trabajo en época pre-Internet... A ambos, aunque me duela reconocerlo, les he perdido la pista. No recuerdo ya ni sus nombres. Hace unos días me puse a buscarlos y me fue imposible. Entre el maremágnum de programas en Youtube de los tipos más inverosímiles, y de los millones de páginas web, es imposible encontrar algo. Es una aguja en un pajar. Son noticias y vídeos que repiten lo mismo, cada uno dando su opinión, cada uno creyendo tener la verdad y defendiéndola a su estilo.


Y si buscas entretenimiento otro tanto de lo mismo. En las plataformas de vídeo hay series animadas que antes harían nuestras delicias, que esperábamos una semana entera para ver nuestros superhéores favoritos en la pantalla. Hoy solo tenemos que esperar seis o siete minutos para descargarla, y hasta eso a veces nos parece mucho. Tenemos luego toda la temporada en nuestro disco duro o smartphone, y empezamos a ver capítulo tras capítulo, emborrachándonos como locos, y aún no hemos llegado a la mitad, cuando empezamos a cansarnos: "este ya supongo de qué va", "éste me aburre"...

"Aburre", sí. Nos aburre todo.


Hace tiempo, hace años, esperaba los fines de semana nocturnos para escuchar mi programa de radio. Hoy tengo podcasts a mansalva y ahí están, almacenados en una tarjeta de memoria esperando una oportunidad para poder escucharlos que nunca llega.

¿Y qué podemos decir de libros y novelas? Antes nos parecía un regalo encontrar aquellas pequeñas novelas de Bruguera por quinientas pesetas en una librería, las devorábamos y, en muchas ocasiones, las leíamos varias veces durante la semana, aprovechando viajes o paseos. Hoy las tenemos a un euro en Amazon, e incluso gratis, ¿alguien las lee? Claro, no hay tiempo. Viajando conectados con nuestros smartphones, bastante hacemos ya dándole "likes" a la tontería de turno o cotilleando los graciosos momentos de nuestros amigos o parientes, cuando no aportando nosotros mismos"más basura" al morbo, basura de la que, por cierto, viven -y muy bien- los dueños de esas redes sociales, multimillonarios en sus palacios de cristal en USA. Los nuevos reyes del imperio.

Así, muchos nos preguntamos de vez en cuando qué aportamos a todo ese entramado. En realidad: qué hacemos aquí. Qué pintamos dando nuestro tiempo y esfuerzo en algo que se pierde y que pocos o casi nadie aprecian.


Es cierto que, ante todo, tienes que escribir para ti, porque te guste a ti. Escribir por una razón que sientas la perentoria necesidad de hacerlo. Por ayudar, por aportar, por dar luz o conocimiento al que no sabe. Y es entonces cuando pienso en las novelas que escribía de joven. No lo hacía para nadie, de hecho no me gustaba ni que nadie las leyera, porque pensaba que no eran importantes para nadie, excepto para mí. Eso es lo que hacía en ZonaCasio, hablando del reloj que me gustaba a mí, y si le gustaba a otros, pues bien, y sino, pues también. Cuando empiezas a pensar en satisfacer a éste o a aquél, acabas por no satisfacer a nadie y por insatisfacerte tú. Acabas escribiendo para no sabes quién, y ni por qué sabes qué. Acabas escribiendo como si fuera una condena, en lugar de una gratificante obra de difusión. Es cierto que no estamos aquí por placer, que nos debemos a los demás y que tenemos que darnos incondicionalmente, pero el cantero que talla las piedras construyendo una catedral, mal va si cree que lo tiene que hacer como una condena, y no pone en ello todo su saber hacer, su empeño y su conocimiento. Si en lugar de mirar que lo hace por un mísero salario y cuatro billetes en papel, mira que es una obra que rendirá tributo a Dios por muchos siglos, construirá con auténtica pasión, piedra a piedra, esa catedral.

Nosotros, que construimos con nuestras palabras esas pequeñas catedrales, no debemos perder de vista esa actitud. Nuestra obra, grande o pequeña, no debe tener como fin el hacernos ricos y famosos, sino en hacerlo lo más dignamente que podamos y lo mejor que sepamos. El fruto tal vez no lo veamos nosotros ni lo sepamos jamás.


Y eso es lo que no tengo que olvidar de hacer en el resto de publicaciones que haga, o que vaya a hacer: ya no tengo que escribir por un sucio sueldo, recordar que no tengo que hacerlo por publicidad, para satisfacer el ego de nadie ni para seguir técnicas SEO. Mucho menos aún para ser conocido o adulado. Solo por sacar lo que llevo dentro, en un folio en blanco, aunque tenga uno o mil lectores. Que lo lean es lo de menos, que guste, también. Solo ser sincero conmigo mismo, no venderme, y escribir como lo hacía en el rincón de mi habitación, acumulando folios con ideas y aventuras que me entusiasmaban y a las que no podía acceder. Gracias, internet, porque ahora sí puedo acceder a ellas, de forma "casi gratis", al alcance de todos. Y gracias también porque ahora puedo aportar a cambio mi esfuerzo y pasión, "al alcance de todos" también.

Ese es el fin básico de internet: compartir información. Y quien no lo entienda así, quien busque publicidad, ser una superestrella o que le rindan pleitesía por su canal en Youtube o por colaborar con una gran firma comercial, tiene un grave problema.


Internet es un mercado de salchichas para muchos, sobre todo empresas y políticos partidistas, que creen rendir a las masas lanzando sus proclamas. Se olvidan que en internet solo son, por mucho dinero que tengan, una gota más en el océano, en ese inmenso caudal de información dispersa que explicaba al principio. Ya no disponen de sus privilegios con su única cadena de televisión o sus canales de radio censurados. Aquí todos nos diluimos, y nos perdemos entre el gentío. Aquí cualquiera puede abrir un canal y tener su propia televisión, aunque solo sea para contar cómo ve él las cosas, algo que antes era imposible no solo de hacer, casi de pensar.

Da un poco de miedo meterse entre ese caótico paisaje, pero es mucho mejor que sintonizar tu receptor de radio y encontrar una sola emisora en el dial. Bienvenido a la red de redes, donde todos somos escoria y no valimos nada, desde el primero hasta el último, desde el multimillonario más afortunado hasta el más miserable mendigo. Donde lo políticamente correcto se mezcla con lo menos correcto y educado. Bienvenido al último reducto en donde las máquinas mandan realmente (o, al menos, todo lo que pueden mandar y las dejan), y nosotros no somos mas que sus marionetas. El mundo sin fronteras que dividan países ni burócratas que pidan pasaporte. Donde la verdad absoluta ya no está en manos de un político a las órdenes del gobierno de turno. Los altavoces ya no son dominio exclusivo de quien tenga más poder. Cualquiera puede dar su opinión en público, y que llegue a todo el mundo. Todos pueden tener su periódico, revista o canal de televisión o radio. Cualquiera puede disponer de su ventana por la que mirar, y también por la que ser visto si quiere. El último reducto donde el hombre puede tener un poco de libertad. Y que así sea siempre.


| Redacción: GacetaIlustrada.com / GacetaIlustrada.blogspot.com

2 comentarios :

  1. Siempre se ha dicho que los humanos evolucionamos con más lentitud que la tecnología. Me siento afortunado, me he emocionado muchos veranos leyendo blogs como ZonaCasio. Cada artículo nuevo, me acompañaba, y me causaba esa emoción que describes al ver la revista de poesía en el buzón.

    Me emocionan muchos pequeños programas que sus autores ceden desiteresadamente para hacernos la vida más fácil.

    Me encanta haber conocido a gente como Carlos, José Antonio o Luis, que me han cedido algunos de sus relojes.

    Es genial haber encontrado a gente entusiasta de los relojes, del afeitado clásico, de las estilográficas. Gente que comparte su tiempo y su afición.

    Por contra, odio a los influencers, cada vez más precionados por conseguir likes, aunque sean haciendo tonterías. Pero está en nuestra mano decidir lo que queremos para el futuro...

    ResponderEliminar
  2. El exceso de tecnología, de información y de contactos sociales no hace sustancialmente mejor al ser humano del Siglo XXI.

    Internet empezó muy bien, pero desde que se popularizo el Smartphone y entro en acción la chiquillería con las redes sociales, junto con el control de los poderes fácticos, se la han cargado entre todos, ahora se ha convertido en un medio para crear estados de opinión donde impera a nivel sociopolítico la Posverdad.

    La verdad solo se encuentra en la Biblia, pero al paso que vamos será prohibida muy pronto.

    ResponderEliminar