5.8.16

Aquél Renault amarillo


De pequeño no teníamos coche. A mi padre no le gustaban nada los automóviles (y aunque le gustasen la verdad es que tampoco nos lo podíamos permitir, pero bueno, eso es aparte), no quería oír hablar ni de bicis, ni de motos, ni por supuesto de coches. Yo, sin embargo, desde bien pequeño siempre he sentido una gran afición por el mundo del automovilismo, no es que sea un forofo de las carreras ni nada de eso, pero sí que me gusta estar informado de la actualidad y de lo que ocurre en el mundo del motor.

Recuerdo que, de pequeño, cogía las cajas de cerillas y las convertía en un coche. Los envases de los huevos eran autobuses (y los huecos los asientos... ), y cuando se iban de viaje mis padres lo que esperaba con más ansia era que llegaran con aquéllos pequeños coches de Guisval.




Así que, como podéis ver, crecí en un entorno totalmente anti-automóviles pero, irónicamente, enamorado de ellos. Cuando nos mudamos a la ciudad mi mayor entretenimiento era quedarme mirando por la ventana viendo los coches pasar, contando y diciendo cuales eran: el Ford Fiesta, el Simca Horizon (Talbot), el Opel Kadett... Había uno que, sobre todos ellos, me entusiasmaba: el Ford Escort. Ver uno de ellos era como alegrarme el día y, por curioso que parezca, a mí no me gustaban mucho las variantes más deportivas (las XR2 y similares), sino las clásicas, las de cinco puertas. En especial las Ghia.

Bueno, realmente de Ford me gustaban una cantidad impresionante de modelos: el Sierra también (era otro de los modelos que me perdían), y el Escort MK1 (otra belleza de coche que, por cierto, en España no llegué a ver muchos). De los que vivíamos en casa fui el único en tener carnet de conducir, y de hecho ahora casi ninguno de mis hermanos lo tienen (solo uno, y más por imperiosa necesidad que por otra cosa). Supongo que eso es una de las consecuencias del ambiente en que crecemos, que querámoslo o no nos acaba marcando, de hecho las bicicletas y las motos también las odian todos mis hermanos, yo debo ser el raro de la casa, o el que iba contra corriente.


Así que cuando era pequeño los coches podía verlos de lejos, y gracias. Entrar en uno y viajar en uno era como un día de fiesta para mí. Veía a mis amigos y a mis vecinos cómo entraban y salían de sus coches, viajando de aquí a allá, como algo normal, y no entendía cómo aquellos niños de mi edad no daban saltos de alegría cada vez que su padre les abría la puerta para entrar, ¡yo me embobaba de emoción cuando podía subirme en uno!

Pero había un coche que calmaba mi afición y apaciguaba mis deseos. Resulta que, por aquel tiempo -ahora ya casi no hay- abundaban los vertederos de coches improvisados. Por unas cuestiones o por otras la gente acababa dejando su coche -muchas veces dañado seriamente por accidentes, o con graves averías- en los sitios más inverosímiles tras sacarle algunas piezas (no muchas a veces, la verdad). Y en el pueblo había un descampado donde los llevaban todos. Allí iban muriendo modelos de coches de todo tipo, al principio llegaban con asientos, motor, puertas..., incluso con cristales. Luego los pobres autos sufrían todo tipo de tropelías e iban siendo descuartizados sin complejos. Siempre que pasábamos por allí les rogaba a mis padres que me dejaran jugar con uno, y cuando lo hacían tras mis insistencias (no les gustaba porque ya suponéis el peligro de corte que tenía todo aquél metal oxidado para unos niños pequeños) siempre elegía un amarillo que había entre el montón de autos. Era un Renault 6, de ese color amarillo de la Renault tan estridente pero, a la vez, tan hermoso. Aquel coche no tenía nada, ni asientos siquiera, pero tenía algo muy importante para mí: tenía volante. Mi imaginación volaba moviendo aquella extraña palanca de cambios que se retorcía y aquel esquelético volante (y enorme, por cierto).


Siempre recordaré también el olor de aquel sitio. Olor a aceite usado, a óxido y a plástico derritiéndose durante meses y meses al sol. Al lado de "mi" R6 había un R8 de color rojo oscuro, esos con motor en la parte trasera que hacía tantísimo ruido, y al que muchas veces se subía mi hermana para acompañarme en mis viajes imaginarios. El R6 fue el coche de mi infancia. Luego tuve oportunidad de coger uno, cuando buscaba un R4 de segunda mano y me apareció el R6. Pero los años no habían pasado en vano y lo dejé estar, porque aunque me salía muy barato (era de un señor muy mayor que ya no lo necesitaba porque no podía usarlo), y el coche me encantaba, el hecho de que no tuviese un motor adaptado para funcionar con gasolina sin plomo (al contrario que los últimos R4, que era lo que buscaba) me hizo decirle que no. No es que me arrepiente de haberlo hecho, porque lo bueno sería haberlo adquirido y dejarlo guardado en un garaje o en una cochera y usarlo solo muy de cuando en cuando, me habría encantado hacer eso, pero como no podía, para dejarlo en la calle pudriéndose mejor no adquirirlo y decidí no comprárselo.

Pero resulta chocante, y llamativo, cómo hay coches a los que uno, quiera o no, se encuentra ligado en su vida y cómo, sin querer o queriendo, vuelven a ti. De momento el R6 sigue estando muy lejos de mí, y puede que nunca pueda conseguir uno, pero aún así en la calle por la que suelo pasar suele estar uno aparcado, que es también de un señor anciano y que solo lo usa para moverlo de un lado a otro de la acera. El estado, a pesar de dormir en la calle, es realmente muy bueno. Parece ser que, aún hoy, el R6 sigue cumpliendo su papel de calmar mis ansias y mi sed de gasolina.


| Redacción: Bianamaran.blogspot.com

4 comentarios :

  1. También era un forofo de los coches, sobre todo de niño, que tenían más personalidad. Quizás antes que tu, ya con 4 o 5 años, recuerdo que cuando iba con mis padres, miraba la trasera del coche para ver que marca y modelo era, supongo que así me los fui aprendiendo, aunque aún no supiera leer bien.

    Lo que más gracia me hacía, era agacharme, y ver si llevaban la rueda de recambio el los bajos de la parte trasera o no. No se porque.

    El Renault 6, a mi no me gustaba. Me pareció raro y anticuado con esa palanca de marchas en el salpicadero, cuando los 600 u 850 que había visto mucho más antiguos, no la tenían.

    Quizás es que mi familia era mucho de Renault, así que yo salí a Seat, Mini, ...

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  2. qué cosas tienes, Guti, ir mirando por ahí ruedas de repuesto, jajaja! que gracia :D

    Sí, los coches antes tenían mucha personalidad, mucho mas carácter. Hoy son todos iguales. De hecho las marcas tienden a asemejarlos mucho para dar énfasis a la imagen y el status que inspira la marca, creo recordar que hablaste ya de ello en tu blog.

    Bueno, antes que yo... no se, más o menos por ahí andaba también yo, no creas, mi afición por los coches también fue desde muy niño, curiosamente es lo que luego me llevó a inclinarme hacia las bicicletas, no podía tener coche (ni moto) pero sí bici, así que una cosa llevó a la otra.

    El R6 era el hermano mayor del R4, como seguramente sabes, que a su vez derivó en un vehículo mayor, el R16, el cual ya era un coche del top de Renault por aquellos años, junto con el mi querido también R10 (derivado del R8, como ya comentamos tú y yo hace algún tiempo). A mí la palanca de cambios tampoco me gustaba, y la estética coincido contigo, pero despertaba en mí esa extraña atracción que aún hoy despierta.

    Yo también soy mucho de Renault. De Renault y Ford, y Simca por supuesto.

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  3. En aquella época, si eras niño con inquietudes intelectuales, tenías coches, relojes, y electrónica. Poco más. No es como ahora, que tienen Snapchat, Facebook, Videoconsola, y cantidad de cosas que antes no teníamos.

    El R16 creo que nunca lo llegué a ver aquí, puede que algún francés. Y te olvidas del R7, un engendro, que mezclaba el R5 con el R6. Me empezaron a gustar los Renault más recientes. El R25, y esa saga turbo que hizo famosa a Renault. No sólo el R5, que el TS ya me gustaba: El R18 Turbo, el R11 Turbo, ... Y el mayor de todos, el Alpine A610... Ufff

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  4. El R7 sí me gustaba :D No se que le pasa a ese coche, a nadie le gusta. Tengo un amigo que se tira de los pelos si se lo mencionas. Pero joder... me parecía muy bonito, y era de los pocos que tenía un cuadro de luces trasero muy completo, con luz de marcha atrás incluida, que para aquella época... Tengo muchos recuerdos de él porque lo tenían mis vecinos cuando yo era peque, en el color verde oscuro. Anda que no le daban caña ni nada aquel R7 :D

    A mí de los turbo el que me gustaba era el R11. El Alpine, menudo cochazo, y el de la primera generación era guapísimo. Yo sí ví el R16, pero vamos tampoco muchos, debía ser caro para la época.

    Luego en los ochenta me encantaba el R21, y de los recientes el Twingo por el motor trasero y tal, y el Wind, aunque no se vendió nada y lo retiraron, una pena. Es que me gustan los coches pequeños :P Pero la Renault de ahora la verdad que le pasa un poco como a Casio, ha perdido mucho de su encanto.

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