Llegamos a Radio Ibérica en donde Jorge Admiral, el locutor, junto con el director de la emisora nos recibieron entre gran expectación de los empleados. Nos llevaron a una sala de reuniones y, aunque Astrid no iba a ser entrevistada (por supuesto a ella no le agradaba nada), sí dejó claras unas pautas: que no me hiciera preguntas sobre mi marcha y sobre las razones de VAV al tomar esa decisión. Por supuesto, Jorge se quedó sorprendido, como diciendo: "si no hablo de eso, ¿de qué voy a hablar?", pero no se atrevió a contradecir en modo alguno a Astrid.
A continuación me dirigí con Jorge al estudio y, ante la atenta mirada de Astrid y el director tras los controles, el programa comenzó. Tras la cabecera musical, Jorge empezó a hablar con voz muy animada:
- ¡Muy buenos días, chicas y chicos! Soy Jorge y este es tu programa musical favorito, donde encontrarás entrevistas y la mejor música del momento. Y hoy os traemos una gran sorpresa, no os lo perdáis. Os doy una pista.
Puso una de mis canciones y luego me presentó diciendo:
- Seguro que ya lo habéis descubierto, ¿verdad? Pues sí, tenemos aquí al mismísimo Phonix en persona, en carne y hueso, puedo estirar mi brazo y tocarlo. ¡Hola Phonix! Bienvenido a Radio Ibérica en Miami.
Phonix- Hola Jorge. Muchas gracias. Un saludo para ti y para todos tus oyentes.
- ¿Qué tal te está tratando Miami? ¿Habías estado aquí alguna vez antes?
P- Sí, bueno, grabamos el segundo disco en el estudio VAV Records de Miami...
- ¡Sí, es cierto! Entonces conoces la ciudad...
P- Si te soy sincero no es que lo conozca mucho, pero siempre me resulta muy agradable estar aquí, hay muchos hispanos y el ambiente es fabuloso. Es un sitio muy vivo.
- Pero no has venido para grabar, quiero decir, no estás en pleno trabajo de estudio ahora mismo inmerso...
P- ¡No, no, que bah! Ni mucho menos.
- Estos meses nadie ha sabido de ti. Has desaparecido del mapa, todos los conciertos anulados, incluso has desaparecido de las redes sociales y de la web...
P- He estado escribiendo canciones, componiendo, alejado del mundo y aislado casi completamente.
- Algunos rumores decían que te habías hartado porque ya no vendías lo mismo...
P- Según mi jefa no vendo ni para amortizar el tiempo de grabación en el estudio...
Jorge se echó a reír:
- ¿Tu jefa? ¿Te refieres a los directivos de VAV, o a la misma Astrid Sjoberg?
P- Bueno... Me lo ha dicho Astrid...
Vi claramente cómo Astrid se cubría el rostro con las manos, tras el cristal. Me miró e hizo un amenazante gesto de que si seguía por ese camino cortaría la emisión. No dudé en que lo haría, así que decidi no mencionar sus comentarios sobre que mis canciones no le gustaban... Sobre todo tras encontrar mi disco en su neceser.
- ¿Realmente vendes tan poco para llegar al punto de plantearte la retirada? No se, creo que seis millones de copias no son poca cosa...
P- Ya, pero si lo comparas con una discográfica que tiene entre su catálogo a artistas que venden varios cientos de millones de descargas, sí lo es.
- Pero ahora has decidido volver, ¿por qué?
P- Realmente nunca me he ido del todo, Jorge. Lo único que he hecho fue seguir haciendo lo que realmente me gusta: componer. Si mis canciones venden mucho mejor, y si no pues me da igual, eso no me preocupa.
- Dices que no te preocupa pero bueno, esto es un negocio, así que si no vendes esto se acaba...
P- Me pasé muchos años cantando en tugurios y publicando discos con un PC para regalarlos por internet sin problemas, puedo seguir haciéndolo. Los tejemanejes y la codicia de las discográficas no me interesan en absoluto.
- Háblanos de tu próximo trabajo.
P- Bueno, todavía está en esqueleto, pero creo que será uno de mis discos más íntimos y personales de todos, uno de los más relajados y en el cual vierto mis sentimientos.
- No te gusta que te califiquen como cantante ni como artista, según tú siempre has dicho eres un simple cantautor.
P- En efecto, Jorge, no soy más que un sencillo cantautor que escribe lo que siente en rimas y que intenta transmitir sus impulsos sentimentales hacia otras personas que sepan interpretarlos o que se sientan identificados con ellos.
- ¿VAV será de nuevo tu discográfica?
P- Probablemente sí. Es con la que me siento más a gusto, son los que primero apostaron por mí y, si puede ser, no me gustaría separarme de ellos.
- Durante estos meses que has estado fuera de la actualidad, por decirlo de alguna manera, ¿qué es en lo que más has pensado? ¿Qué momentos o qué acontecimientos te venían a la memoria y recordabas con más satisfacción?
P- Sin lugar a dudas el apoyo del público, en especial la firma de discos. Ver que llegas a un lugar y hay personas esperando desde tres, cuatro o cinco horas antes, solo para verte en persona y que les pongas tu firma en un CD me parece impresionante. Aún se me eriza la piel solo de pensarlo.
- ¿Y el momento más duro? ¿El que te ha dolido más?
Me quedé un instante pensando:
P- Cuando Astrid me confesó que no le transmitían nada mis canciones...
- ¿Es eso cierto? ¿En serio?
Al otro lado de "la pecera" vi a Astrid gesticular. No me extrañó cuando la emisión se cortó y empezó a escucharse música por nuestros auriculares. Jorge miró hacia los técnicos con cara de incredulidad. Le dí la mano y salí, siguiendo a Astrid por el pasillo, iracunda. Se paró delante de mí:
- ¡No me puedo creer lo que has hecho! ¡Eres un vengativo!
- ¡Dije la verdad! ¿Qué querías que hiciera? No iba a mentir, me preguntó lo que sentía y lo dije.
- ¡Te dije que no hicieras mención a nada de eso! ¡Te lo advertí!
Vi una sala vacía y me metí con Astrid dentro, para que no nos oyeran discutir. Cerré la puerta:
- ¡Tal vez si para otra vez midieras mejor tus palabras, no me haría falta mentir! Tus palabras hieren, ¿sabes? Deberías pararte a pensarlo.
- ¡Digo lo que me da la gana!
- ¡Pues luego no te enfades ni te pongas así cuando ocurren estas cosas!
Puso ambas manos ante mí:
- ¡Está, se acabó, es suficiente! ¡Se terminó, no quiero hablar más de este asunto!
Salió del edificio y se fue hacia el auto de su escolta. La toqué por la muñeca
- ¡Ven en mi coche! Me hizo caso omiso. Insistí- ¡Astrid, ven en mi coche! ¡Vamos!
No quería oírme, de manera que me metí con ella en el coche de la escolta.
- Creía...
Colocó la mano abierta frente a mí pidiéndome silencio, mientras no dejaba de operar en su smartphone. Suspiré. En ese momento recordé:"un juguete, un juguete eres para ella". Así que abrí la puerta cuando llegamos a un semáforo para bajarme:
- Me voy.
- ¿¡A dónde vas!? -Me gritó ella. Sonreí, y miré desde fuera el interior del MM Magnus:
- Te dije que nos íbamos de compras... Venga... ¡Venga, mujer! -La animé. Finalmente, salió entre las advertencias de sus escoltas. Dos de ellos, que nos seguían desde un auto, se bajaron y se pusieron a seguirnos a prudente distancia. Miré hacia Astrid, sonriendo:
- ¡No te enfades, Astrid! -No dijo nada, su rostro serio continuaba impasible-. Además, ahora ya estamos en paz.
- ¿Era eso? ¿Querías quedarte en paz contigo mismo?
- No. Quería que supieras que lo que dices me duele de verdad. No me importa mi carrera, ni el éxito, ni las ventas: me importas tú. Al fin y al cabo si canto es para ti.
Se echó a reír, y la cogí cariñosamente por el hombro:
- ¡Te has reído!
Llegamos a la altura donde estaba mi auto aparcado, y subimos a él.
Muy poca gente podía decir lo mismo que yo: que habían estado caminando al lado de una de las hermanas Sjoberg. Que habían salido con una de ellas de compras.
Sin embargo no podía disfrutar de esos instantes con Astrid porque, conociéndola, sabía que algo pasaría que la acabaría molestando, enfadando o malhumorando. Y probablemente todo eso ocurriese mas pronto que tarde.
- ¿Qué es lo que tienes que comprar con tanta urgencia? -Me preguntó, mientras aparcaba mi MM Mzero-x en el parking de los grandes almacenes de Vesak, situados en Medley.
- Nada en especial. Solo quería mirar.
- ¿Te empeñas en que vengamos hasta aquí, solo para mirar?
- ¿Y qué mas te da? Estás de vacaciones, ¿no?
- ¡No es pasar un día mirando tiendas contigo la mejor idea que tengo yo de unas vacaciones!
- No, mejor con... Con ese actor en Barbados.
Caminó hacia el coche de sus escoltas:
- ¿Sabes que tienes una facultad innata para cabrearme? Compra tú mismo lo que te dé la gana, y mira cuantos escaparates quieras. Pero solo.
Se metió en el auto y salió de allí, dejándome de pie, inmóvil... Sorprendido. Como solía hacer ella.
Decidí dar un paseo por la ciudad, y luego regresé al hotel. En la habitación solo había un miembro de seguridad, le pregunté por Astrid, y me dijo:
- La llamaron de VAV, se ha ido a hacer una visita a la mansión de Alfonso Esteban.
Alfonso Esteban era un famoso cantante, era una de las joyas de VAV Records, uno de los artistas hispanos que más vendían, y uno de los más rentables.
- ¿Sabes la dirección, Heis?
- Ni idea.
- ¿Podrías averiguarla?
- Lo intentaré.
El escolta hizo una llamada, y me dio la dirección, tras lo cual me preguntó:
- ¿Vas a ir allá?
- Sí. -Le respondí, mientras tomaba un tentempié de entre la comida que habían pedido los guardaespaldas para la habitación.
- Phonix... ¿Por qué no la dejas en paz?
- Le dije a su hermana que no lo haría.
- ¿A Ingrid?
- Sí.
- ¿Y por qué no te vas con ella? Dicen que es infinitamente mejor... No quiero meterme donde no me llaman, pero Astrid te desprecia bastante...
- ¿Crees que no lo sé? Seguramente tú también serías así si te dieras cuenta que la gente solo te quiere y permanece a tu lado por el dinero y el poder que tienes.
Conduje hasta la puerta de la enorme mansión, una gran construcción de piedra blanca, con hermosos jardines, piscina y vistas a un acantilado. Me abrieron la puerta al ver que era Phonix, dentro había chicas en bañador, con algunos hombres tomando el sol de la tarde, y otros escuchando música. Pregunté por Alfonso Esteban y me indicaron un gran patio interior con cortinajes de color celeste que colgaban de las terrazas. En el centro, con suelo de brillante mármol, estaban varios sofás y mesas circulares con bebidas. Alfredo se levantó de uno de ellos y vino hacia mí:
- ¡Phonix! ¡Por fin te conozco!
Nos dimos la mano:
- ¡Bienvenido a Miami!
- Gracias. -Le dije-. ¿Astrid está aquí?
Señaló la salida, hacia un mirador circular:
- Está allí, con negocios. Está hablando por teléfono.
- Gracias.
Hice ademán de dirigirme hacia allí, pero me detuvo:
- ¡Eh! ¡Es Astrid! Si la interrumpes se enfadará, ¡no quiero enfadarla en mi casa!
- No creo que se enfade contigo, tranquilo, ¡le haces ganar mucho dinero!
Sonrió, y bailoteando me dijo:
- ¡Hey! ¡Me gusta tu estilo!
- ¡Buen disco el último! ¡De folklore! -Dije, mientras me alejaba.
- ¡Flamenco, Phonix! ¡Se llama flamenco!
- ¡Eso!
Recorrí una ondulosa acera de color blanco, con pequeña barandilla, por el exterior, y entré en la terraza. En medio, Astrid hablaba por teléfono. Me vio, pero ni se inmutó. Comentaba sobre algunos negocios, daba órdenes firmemente y con voz segura. Cuando terminó la llamada, pedí:
- Deja el móvil un momento, por favor.
Me miró de reojo, seria. Continué:
- ¿Es una visita de cortesía a Alfonso?
- Esta noche me quedaré aquí, en su casa. Es un buen sitio. Puedes esperar a mañana en el hotel, hasta que llegue la hora para que cojas el avión.
- ¿Tú no vienes a Suecia?
- No. Partiré de aquí hacia Montreal.
- ¿A Montreal? Creía que vendrías conmigo a Europa...
- Tienes mucho trabajo para el lanzamiento del disco, deberías empezar a prepararlo todo para que llegue al mercado estas navidades.
Me acerqué a ella hasta ponerme a su lado, apoyándome en la balaustrada:
- Ven conmigo, puedo preparar el disco en Bothnia.
- ¿¡En mi casa!?
- Necesito tu inspiración. ¿Qué haces aquí? Esto no va contigo, este no es tu sitio. Esto no va con tu estilo.
- ¿A qué te refieres? Y, ¿desde cuando sabes tú cual es mi estilo y cual no?
- Me refiero a esta casa -intenté explicar-, ¡a Alfonso! ¿Vas a dormir aquí, en su casa? ¡Pero si no escuchas ni sus canciones!
- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Es mejor estar contigo, soportándote en Suecia?
Junté mis manos en actitud rogante:
- ¿Por qué siempre te enfadas tanto conmigo?
- Me saturas, Phonix, de verdad. Me hartas.
Dicho esto, se dio media vuelta y regresó dentro de la casa. Me crucé de brazos, cansado. Ya no sabía qué hacer, si dejarla, seguirla, insistir o darme por vencido con ella. No sabía qué quería de mí. Y lo peor es que, aparte de ella, no conocía a nadie en aquel lugar que pudiera ayudarme... Aunque quizá no tenía por qué estar en aquel mismo lugar. Saqué mi smartphone del bolsillo y marqué el número de Ingrid. Se lo expliqué:
- Siento deseos de irme y dejarla, Ingrid.
- ¿Por qué? ¡Tú siempre te llevabas fenomenal con mi hermana! ¡Eras el único con el que se sentía bien! ¿Qué le has hecho?
- ¡No se qué ha pasado! ¡Intento hablar con ella, pero se enfada enseguida! No me da tiempo ni a darle explicaciones.
- Estoy muy ocupada ahora, Phonix...
- Vale, lo entiendo.
- Escucha, tienes que intentar comprender lo que necesita, te está enviando un mensaje, tienes que buscar la forma de descifrarlo. Todo eso que está haciendo es por algo, lee entre líneas lo que te está diciendo...
- ¡Suena difícil, así que ponerlo en práctica no quiero ni pensarlo! -Exclamé.
- Si te hubiera querido echar de su vida lo habría hecho. Hay algo que no estás entendiendo. Intenta encontrar la forma de dar con ello, por favor. Antes de darte por vencido. Yo conozco a mi hermana, y sé que ella te necesita. No la dejes.
- Vale, Ingrid, muchas gracias. Cuídate. Gracias por todo.
Cuando corté la llamada, me sentí mucho mejor, como si las fuerzas y los ánimos hubiesen regresado a mí. Decidí averiguar qué estaba ocurriendo, y me sentí contento por haber tenido la idea de llamar a Ingrid.
Entré en la casa y me dirigí al salón, donde Astrid conversaba con Alfonso, y con varios amigos y amigas que había invitado.
- Mi idea era el videoclip con tomas desde la Torre Eiffel... ¡La Torre Eiffel! La gente hubiera alucinado... -Decía el cantante.
Astrid miró hacia mí. Estaba a un lado, escuchando las anécdotas que contaba Alfonso.
- Existen gráficos 3D... - Dije. Alfonso me miró:
- ¡El 3D no es lo mismo! Se nota demasiado artificioso. Los planos en vivo son ideales, se percibe en ellos la realidad, son más espectaculares...
Continuaron hablando, uno de los invitados era diseñador, y exponía sus ideas. Me acerqué a Astrid y me senté a su lado:
- Podríamos... -Musité. Me pidió silencio con su mano, sin mirarme siquiera. Recordé lo de "leer entre líneas" que me había pedido Ingrid, pero era difícil leer entre líneas situaciones como aquella. Si por mí hubiera sido, me habría largado de allí pitando.
- Phonix, ¿por qué regresaste? -Preguntó, entonces, una de las chicas. Astrid se adelantó a mi respuesta:
- Al parecer, por mí. -Respondió, secamente.
- ¿Por... Ti? - Preguntó Alfonso, extrañado.
- Mi hermana se lo pidió. Según ella, sin alguien a quien reñir estoy... - Astrid me miró, con desdén-. ¿"Inestable"?
Todos se rieron, mientras se servían bebida en sus copas. Me puse en pie:
- Os voy a contar una historia.
Uno de ellos, un tipo alto y con la cabeza afeitada, aplaudió:
- ¡Me gustan las historias!
Pero Astrid se levantó:
- Sí, historias para no dormir. Escuchadlas vosotros, yo estoy cansada de oírle. Su voz me agujerea los tímpanos.
Se marchó hacia el pasillo, cerrando la puerta tras de sí. Algunos se quedaron sorprendidos, Alfonso me recriminó:
- ¡Te dije que la harías enfadar!
- ¿Desde cuando te importa eso?
Echó a correr tras ella, no sin antes decirme:
- ¡Cuando regrese, hazme el favor de no estar aquí!
Me fui hacia la zona de césped:
- Hasta luego, chicos.
Nadie me respondió. Tampoco lo esperaba. Me acerqué al aparcamiento, y me apoyé en mi coche. Miré hacia la ciudad, a lo lejos, hacia la zona de playa. Metí las manos en mis bolsillos, pensando en qué hacer, si irme o esperar, y di varios pasos por un lateral de la casa, donde había un cenador. Bajo una pérgola enorme, al lado de unos bonitos rosales, Alfonso caminaba al lado de Astrid. Los seguí con la mirada. Él hacía aspavientos, esforzándose en resultarle simpático. Y entonces, lo entendí. Lo entendí todo. Lo comprendí al verlos juntos. Corrí a mi MM Mzero-x. Entré y llamé a mi manager, Ronald:
- No se si lo sabes, pero grabaré de nuevo con VAV...
- No... ¡No tenía ni idea! ¡Oh, qué alegría, Phonix! Entonces, ¿todo se ha arreglado?
- No es tan fácil, pero haré que vuelvas, quiero que sigas conmigo, por favor... ¿Lo harás?
- ¡Sí, claro! Cuenta con ello.
Sonreí:
- Te lo agradezco. Ahora hazme un favor, es muy importante: ¿recuerdas cuando nos conocimos Astrid y yo?
- Sí... Claro...
- ¿Qué día era?
- Un tres de septiembre.
- ¿Y qué hice? Estabas allí...
- Sí, sí... Le entregaste un sobre.
- "Este es el día más importante de mi vida, a partir de aquí empiezo a vivir y todo lo anterior es como si no tuviera valor"...
- ¿A qué viene eso, Phonix?
- "... Y te lo demostraré siempre, para que nunca lo olvides..." - Musité.
- ¿A qué viene eso?
Grité, golpeando el volante:
- ¡Estúpido, estúpido! ¡Lee entre líneas, lee entre líneas!
- ¡Me estás asustando!
- ¡Qué estúpido he sido! ¡Tenía que haberlo supuesto! ¡Ella es muy inteligente, no se le pasa nada!
- Pero... ¿Me quieres explicar? - Me inquiría Ronald, ya desesperado.
- Ya te lo contaré todo, ¡cuídate!
Aquel iba a ser mi tercer disco, y hacía tres años que nos conocíamos. El tres era un número muy importante para Astrid, ella había nacido la última, era la número tres de las gemelas. Lo que ella quería es que me diera cuenta qué suponía para mí estar sin ella. "¡Todo lo anterior es como si no hubiera vivido!", le había dicho yo. No me había echado de VAV, ¡me había dado seis meses para escribir canciones! ¡Seis meses que había estado dispuesta a sufrir para que supiera que era tan importante yo para ella, como ella para mí! ¡Me estaba diciendo...! ¡Me estaba diciendo mucho más de lo que yo podría haberme imaginado nunca!
Saqué mi cartera. Dentro había una bolsita, con un envoltorio de color rojo metalizado. Siempre lo llevaba conmigo. Lo cogí en mi mano, y recordé el día que Ronald nos presentó, junto a otros artistas, en una visita que ella había hecho a VAV para inaugurar una emisora de radio. Yo acababa de llegar, nadie esperaba nada de mí, solo era un cantautor más de entre los miles que había fichados por la discográfica; Ronald me había ofrecido grabar un disco tras escuchar mis canciones por internet, en formato virtual. Pocos meses después se convirtió en un disco físico, y ese mismo año saqué un segundo. Tenía mucho material para grabar. Cuando llegó mi turno y Astrid me dio la mano, le entregué un sobre, en que le había puesto un CD con algunas canciones que había elegido para ella, y una tarjeta de promoción en la que le había escrito:
"Este es el día más importante de mi vida, a partir de aquí empiezo a vivir y todo lo anterior es como si no tuviera valor. Y te lo demostraré siempre, para que nunca lo olvides. Porque tú inspiras en todo momento mis canciones y eres el impulso que hace surgir los sentimientos del corazón, convertidos en latidos con tinta y palabras".
Nadie sabía que le iba a dar aquello, de hecho probablemente ni me hubieran dejado, de saberlo. Ella ni abrió el sobre, se lo pasó a su guardaespaldas, que extrajo del mismo un colgante en forma de corazón. Todos se echaron a reír. El escolta se retorcía de risa. Ronald me miraba como diciéndome que estaba haciendo el ridículo, avergonzándose de mí. Astrid cogió el colgante y lo miró con una mueca de extrañeza. Le expliqué:
- Es el logo de su Grupo y el logo de mi nombre artístico, lo he hecho yo mismo.
- Ya, no me interesa. - Me había dicho, impasible.
Giré el corazón, y en lugar de un corazón, se volvió un tres. Y entonces algo ocurrió. Se detuvo, absorta, mirándolo. Y su semblante cambió. Me lanzó:
- Cuando creas que me importas algo, regálamelo.
Caminé por el césped, hacia ellos. Alfonso estaba intentando cogerle la mano a Astrid, por supuesto, ella se apartó, con decisión. Algo le decía él, mientras señalaba la puesta de sol que estaba aconteciendo. Probablemente que era una escena muy romántica. Me miraron acercarme, y ella me preguntó, seria:
- ¿Aún sigues aquí?
- ¿A ti no hay forma de echarte? -Dijo también él.
El tres de septiembre sería el día siguiente. Tres años con ella, tres años viéndola, tres años escribiéndole canciones. Y tuve que esperar tres años para entregarle aquello. Se lo di, extendiendo mi brazo:
- Vale, perdóname...
- Y ahora, ¿qué es esto? - Me preguntó, incrédula.
Ella abrió el envoltorio. Sacó el colgante. Alfonso lo miró y se puso a reír a carcajadas:
- ¡Un corazón! ¡Un colgante de corazón! ¡Pero qué cursi eres, Phonix!
Pero se tuvo que callar en cuanto Astrid se puso a llorar, e hizo algo inusual: se fue hacia mí y me abrazó. Alfonso se quedó petrificado, y le oí musitar:
- Joder...
Abracé a Astrid:
- Perdóname...
Ella sollozaba:
- No es un corazón... ¡No es un corazón! ¡Es un tres!
Le acaricié en la mejilla:
- ¿Lo querías?
- ¡Te dije que me lo guardases! ¡Creía que no te ibas a acordar!
- Pensaba que no lo querías... ¡No sabía que aún recordaras ese momento!
Llevó la mano al cuello y se quitó el colgante que siempre llevaba: el que había sido de su madre. En su lugar puso el mío.
- Astrid, no te quites ese... - Le pedí. Me parecía demasiado que por llevar el mío, se quitase el de su madre, que tanto apreciaba ella.
- Cada tres de septiembre llevaré el tuyo. - Explicó. Me cogió de la mano -. Ven.
Tras nosotros, Alfonso preguntó, sin moverse:
- No... ¿No te quedas a cenar, entonces...?
Cogió su bolso del interior del coche de escolta, y nos metimos en mi MM Mzero. Tras sentarse a mi lado en el asiento del pasajero, abrió el bolso y me entregó un papel arrugado, lleno de huellas, manoseado... Tenía signos evidentes de haber sido doblado una y otra vez, y haberse desgastado por todos lados. Pero aún así reconocí enseguida mi nota, ¡la llevaba siempre encima! Que Astrid hiciera eso me parecía extraordinario, no podía creerme lo que de verdad me estimaba. Pensé que todo hubiera sido más simple si, sencillamente, me lo hubiese dicho. Pero a ella esas cosas no le iban. Le gustaban la complejidad y la sutilidad. La miré:
- Te puedo escribir otra...
Me sonrió:
- ¡No!
- ¿No?
Se llevó la mano al cuello, acogiendo en ella cariñosamente el colgante:
- Ya no es necesario. La sé de memoria.
Le cogí la mano y se la besé:
- Volvamos a Suecia, Astrid. Quiero enseñarte las canciones que tengo compuestas y que tú elijas las que te gusten para el nuevo disco.
- Me encantaría enormemente.
- ¿De verdad?
- Sí, Phonix.
- ¡Guay! Porque así tendremos un largo viaje en avión, y podré contarte lo mucho que te he echado en falta estos meses.
- Yo te contaré otra cosa.
- ¿El qué?
- La de veces que he estado repitiendo las letras de tus canciones deseando que marcaras mi número de teléfono...
Me volví a ella, y la abracé:
- ¡Cielo, perdona! -Musité.
- ¡No sabía ya qué hacer para que te dieras cuenta!
- No pensaba que te acordases...
Me acarició en la sien, y susurró:
- No pensaba que pudieras llegar a olvidarlo...
- Nunca olvidaría el momento en que te vi y pude coger tu mano...
Me sonrió dulcemente, y deseé que el tiempo se detuviese en aquel instante en que tenía a la mismísima Astrid Sjoberg entre mis brazos.
FIN |
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